Bali, esa isla minúscula y populosa,
separada por un angosto estrecho se
encuentra al este de Java y ostenta una de
las tradiciones artísticas más ricas de
que pueda enorgullecerse la raza humana. A
tal punto su cultura está penetrada por
las artes, que los balineses no tienen
palabra que designe al arte ni al artista:
al arte no se lo considera, en modo
alguno, una actividad aparte, sino
simplemente como parte de la preocupación
balinesa por "hacer las cosas lo
mejor posible". En cierto sentido,
hasta se hace difícil hablar de la
música como un arte separado, puesto que
se da inextricablemente mezclada con las
ceremonias de los balineses, con los
innumerables festivales que celebran en
sus templos, con la danza, con las
representaciones teatrales que -protagonizadas por actores que son al
mismo tiempo bailarines o por marionetas
perfiladas- se prolongan toda la noche,
con los bulliciosos rituales funerarios y,
simplemente, con su vida
cotidiana.
Lamentablemente, es necesario aclarar que
todas estas observaciones se refieren a la
vida balinesa tradicional que -como tantas
otras culturas del mundo- va
desapareciendo rápidamente bajo el
impacto de la colonización económica
occidental; allí donde llegan los valores
del capitalismo y el consumismo de
Occidente, llega también la música
occidental, y pocas son hoy las ciudades
orientales que no se vanaglorien de su
orquesta sinfónica en el mejor estilo
occidental.
(...) Para referirme a la música y a la
sociedad balinesas me valdré de lo que se
conoce como "presente
antropológico", usando el tiempo
presente -inexacto, pero útil- para
descubrir la cultura como era en el
periodo en que los europeos entraron en
contacto con ella, sin poder todavía
cambiarla materialmente. El "presente
antropológico" puede referirse a un
presente real, en ciertas regiones
remotas, o bien a un periodo que acabo
hará unos cincuentas años, en las zonas
que sucumbieron rápidamente a la
influencia europea. Por lo que toca a la
música y a la sociedad balinesas
tradicionales, tenemos la suerte de que
varios artistas, músicos y antropólogos
de gran sensibilidad hayan vivido durante
largos periodos en Bali durante los
últimos treinta años, cuando -por lo
menos fuera de los centros gubernamentales
y administrativos- la sociedad se mantenía
aún en buena parte incontaminada por la
influencia occidental. Entre ellos figuran
los antropólogos Margaret Mead, Gregory
Bateson y Jane Belo, los artistas Walter
Spies y Miguel Covarrubias, y el
compositor Colin McPhee, cuya monumental
obra Music in Bali sigue
siendo un clásico en este campo.
El principal cuerpo musical tanto de Bali
como de Java, y el más famoso, es el
gamelán, una orquesta de
hasta treinta músicos, que usan metalófonos
de teclas de bronce con resonadores
afinados de bambú, gongs de bronce, afinados
o no afinados, címbalos, una o más
flautas y un par de
tambores de doble parche que se baten a
mano, y uno de los cuales lo toca el
director del grupo. Esta orquesta produce
estructuras sónicas de gran delicadeza y
vigor rítmico, y sumamente intrincadas,
cuyo principio de organización es el de
la variación simultánea sobre un tema
simple y de movimiento lento; este "tema
medular" está a cargo de los
instrumentos de tesitura baja, y lo
duplican, una o dos octavas más
arriba, metalófonos más pequeños
que lo repiten en variaciones
ingeniosamente variadas y embellecidas.
Las flautas reproducen por lo común el
tema medular, los tambores marcan un
compás regular, y el fraseo musical va
siendo destacado por
golpes de los diversos gongs. La música
se construye generalmente sobre una de las
dos escalas pentatónicas, extraídas
ambas de una escala teórica de siete
tonos, ninguna de las cuales es
exactamente lo mismo que nuestra familiar
escala de "teclas negras"; una, llamada slendro,
es prácticamente una división igual
a la octava en cinco intervalos, en tanto
que la otra, pelog, se aproxima a
nuestras notas Do sostenido, Re, Mi, Sol
sostenido, La.
(...) La música en Bali es, sin duda, por
completo inarmónica; la concurrencia de
varios sonidos simultáneos se debe
enteramente al juego recíproco de las
diversas "partes" instrumentales,
y a su elaborado entramado heterofónico,
de modo que no produce en modo alguno ese
sentimiento de anticipación, de verse
arrastrado hacia una culminación, que se
experimenta con la música armónica de
Occidente. Nos encontramos, por decirlo
con palabras de McPhee, "en un
estado de música; la naturaleza
principalmente utilitaria de esta
música....subraya una concepción muy
diferente de la nuestra, a saber, que la
música puede ser algo que no está para
ser escuchado en sí mismo...Jamás se
convertirá en nada personal, ni
contendrá emoción alguna. En una
ceremonia, su presencia es tan necesaria
como la del incienso, las flores y las
ofrendas. Aquí se requiere durante cierto
tiempo un estado de música, ni
más ni menos". De hecho, el
concepto todo de un clímax y de una
resolución, que ocupa un lugar tan
central en las artes occidentales que
existen en el tiempo, falta por completo
en la música balinesa, que McPhee
describe como circular y en la cual
"cada sección de una composición
retorna a la nota inicial y se repite
inmediatamente la nota final, con lo que
se genera un nuevo comienzo".
La música no se toca casi nunca con
ocasión de un concierto, sino que forma
siempre el acompañamiento de las
ceremonias en el templo o las piezas
teatrales danzadas que repiten en forma
sumamente estilizada la narración de los
antiguos mitos y leyendas hindúes; del
teatro de sombras wayang, en que
las sombras de marionetas de cuero de
intrincado diseño se proyectan sobre una
pantalla; de las payasadas del Barong,
extraña bestia animada, benévola pero
caprichosa, representada por dos hombres
que imitan una especie de caballo enorme y
fogoso, mientras se entrega a sus
interminables y por siempre inconclusas
pugnas contra la maligna bruja Rangda y
sus sirvientes; de las nobles y viriles
danzas baris, o del kebyar,
una danza del siglo XX en la que el
bailarín permanece todo el tiempo
sentando, acompañado por una música
brillante y de virtuosismo tempestuoso (kebyar
significa inflamarse, encenderse en
llamas). Las formas y estilos de la
música balinesa son muchos, pero el
propósito es siempre el mismo: aportar
"un estado de música", un
telón de fondo contra el cual se puedan
representar las danzas, ceremonias y
dramas que, si no se destacaran contra
él, de nada servirían.
Hay pocos músicos profesionales en Bali;
la música la crean y la ejecutan
granjeros, comerciantes, hasta príncipes
y niños, que forman clubes y tocan donde
y cuando les pidan, por sumas que apenas
si cubren los gastos de mantenimiento de
sus instrumentos suntuosamente decorados.
McPhee relata que en una aldea donde
vivió, con una población de una dos mil
personas, había no menos de diez de esos
clubes, cada uno especializado en un
aspecto de la música ritual. En
cuestiones artísticas tendían a dejar la
iniciativa a los grandes gamelanes
mantenidos por los príncipes locales, que
solían participar en forma del todo
igualitaria en la orquesta o en el grupo
de danza; en el gamelán desaparecen las
diferencias de edad, profesión y casta.
Beryl de Zoete relata que uno de los
mejores gamelanes de Bali está dirigido
por un chofer, cuyo asistente era un niño
de unos cinco años.
Abajo,
derecha, una orquesta de
gamelán a orillas del mar. |
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Los gamelanes ensayan por las tardes, una
vez terminado el trabajo del día, pero hasta
el concepto de ensayo difiere del nuestro. La composición
que se ha de aprender la enseña, por
imitación, un músico que puede venir de otra aldea o
pertenecer al gamelán de un príncipe, pero cada ejecutante
puede hacer contribuciones creativas y
aportar sugerencias que pueden -o no- ser
incorporadas a la música. A diferencia de
lo que sucede con los músicos aficionados
de Occidente, para quienes está bien claro que están intentando algo que
otros han hecho antes multitud de veces, y muchísimo mejor, el aporte creativo de estos
ejecutantes se dirige a la sustancia misma de lo que terminará
por ser, en forma muy peculiar, su propia pieza.
Los ensayos son públicos, y observados con
interés por los demás pobladores de la
ciudad o de la aldea, que comentan la actuación con conocimiento de causa y
a menudo hacen sugerencias. Así, la pieza va creciendo bajo los ojos de
todos, y el clima de la función o actuación
final difiere muy poco del de los
ensayos. No es raro que un gamelán
necesite seis meses para resolver
los intrincados detalles de una pieza y lograr la precisión de conjunto que
es el sello distintivo de una buena actuación.
Cada uno de los músicos, en realidad, tiene
que tocar una parte bastante poco complicada, ya que la complejidad de la textura
musical se genera en la interacción de las
diversas partes.
La educación de los músicos jóvenes no tiene lugar en
academias ni en escuelas, sino en el seno
del propio gamelán. Los niños están siempre en
primera fila en cualquier grupo que esté
observando un ensayo o una actuación, y en las
piezas de sombras que duran toda la noche se los ve
dormitar, despertarse y aplaudir
ruidosamente los pasajes más interesantes.
(...) A
los niños se les acostumbra desde el principio
a los ritmos intrincados y a la compleja polifonía
no-armónica de la música, y mudos empiezan a tocar a edad muy temprana. Más de un autor
ha observado cómo, durante una actuación, uno de los
miembros de un gamelán se sentaba en las rodillas a su hijito
y, poniéndole en las manitas los palillos
del metalófono, le hacía tocar las teclas necesarias en el momento
adecuado.
Arriba,
izquierda, un foto de 1930 que
muestra a una orquesta de gamelán
mientras se traslada con todos sus
instrumentos; abajo, derecha,
detalle de un gamelán. |
(...) Vemos, pues, que en Bali
la música es un arte intensamente comunitario.
Las composiciones no se anotan, sino que los músicos las llevan de una
comunidad a otra, y allí son re-creadas,
ya que cada comunidad va haciendo sus
propias variaciones sobre la pieza. Los gamelanes
viajan mucho, especialmente durante las
temporadas festivas, llevando consigo su música. Los modelos son, en general, las antiguas cortes principescas que compiten entre
sí el esplendor y la excelencia, pero sus creaciones no excluyen ni siquiera al más
humilde de los campesinos que se amontonan en el patio para ver y oír. Las ideas
nuevas se convierten muy rápidamente en propiedad común, aunque
adopten siempre el acento individual de cada
ciudad o aldea; constantemente se forman y
se vuelven a formar clubes nuevos, en función de la presencia
o ausencia de individuos entusiastas y dotados. Puede ser que una aldea decida tener un
Barong y empiece a preparar los trajes y las máscaras, al
mismo tiempo que ensaya la música que lo acompaña.
(...)
Que quede claro que a la improvisación no
le cabe papel alguno
en la
actuación de un gamelán; las composiciones
se trabajan en los ensayos; se le agregan y se les quitan
partes, se inventan y variaciones, se prueban
nuevos timbres instrumentales, pero una vez que
todo esto está decidido y ensayado, queda fijo, y no se puede
introducir desviación alguna sin
desbaratar la precisión y la claridad en
pos de las cuales van todos los músicos pese a lo intrincado de la textura. Y
por cierto que hay motivo para maravillarse ante la precisión de una
buena ejecución de gamelán; los músicos resuelven cambios
rapidísimos en el tempo, la dinámica y
las pautas rítmicas, tan sutiles como vivaces, con
una precisión y una soltura que harían
honor a una orquesta sinfónica profesional
de Occidente. Ni queda tampoco mucho margen para el virtuosismo individual. Tomada individualmente,
cada parte instrumental plantea pocas exigencias al ejecutante; la habilidad
reside en la integración de cada parte en la
totalidad, en la precisa exactitud con que se marca
el compás, en la interacción de dos instrumentos
que pueden compartir la misma línea melódica...
cosas todas que exigen un virtuosismo
individual y habilidades sociales más bien que individuales.
Pero esto no significa que las
piezas queden fijadas de una vez por todas
a la manera de los clásicos de la música occidental; a los balineses
les inspira poco respeto la idea de mantenerse nota por nota fieles a un
original, y cuando se aprende una pieza nueva, cada
músico tiene su oportunidad de hacer modificaciones, de
modo que la misma pieza puede existir en tantas formas como gamelanes haya
que la toquen. Como el placer de los músicos reside tanto en inventar
variaciones y ornamentos nuevos durante
los ensayos como en la representación
final, las piezas van evolucionando
constantemente. Los músicos se gozan en el proceso de creación, y
no les importa tanto el producto acabado, que puede
desaparecer sin que nadie lo llore una vez que los músicos
se cansan de él. (*)
(*)
Fuente: Christopher Small, Música.
Sociedad. Educación, Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes y
Alianza Editorial, pp.47-54.
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Imagen
para ampliar:
ornamentación de
una orquesta de
gamelán. |
Afín
a la investigación
de Small es la
aproximación a
aspectos históricos
y estéticos de la
música de varias
tradiciones
culturales:
Lewis
Rowell,
Introducción a la
filosofía de la música, Editorial
Gedisa.
En
Temakel, respecto a
la diversidad de
mitos y tradiciones
culturales sobre la
música pueden
consultar:
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