A
la sombra de la espiral existencialista europea de mediados de siglo
pasado, el oleaje situacionista instaura una nueva manera de
intervención estética y ética de la realidad: la psicogeografía.
Se la puede caracterizar como la acción crítica que analiza las
manifestaciones del medio-ciudad sobre la afectividad. Operando la
deriva, aquel modo de acción que Charles Baudelaire apreciara en la
figura del flaneur, ese individuo solitario que se entrega a las
terminales nerviosas de las grandes ciudades y muta con ellas, los
sicogeógrafos registran los cambios de las subjetividades sometidas
al aparato técnico-social del capitalismo tardío.
En
aquella Berlín de talante novecentista que intentaba emular a la
ciudad luz y procedía a un desordenado embellecimiento
estratégico, un adelantado en la inquisición sicogeográfica
escribía sus veloces observaciones. Un filósofo a veces,
sociólogo otras, auscultaba los susurros de una racionalidad cada
vez menos racional y más abstracta, desgajaba una subjetividad
imbuida del "espíritu calculador", algo que a la larga
encerraría las almas en jaulas de hierro para un contemporáneo
neokantiano, y fundamentalmente se instalaba en la estructura
afectiva para señalar la importancia de esta en los procesos de
individuación modernos. Georg Simmel en su estudio comparativo
entre la negación de la vida de Arthur Schopenhauer y la defensa
extrema de la misma por Friedrich Nietzsche ubica a los
sentimientos, y al área afectiva en general, en un papel decisivo
en el ser-en-el-mundo. Uno de los nodos del pensamiento simmeliano
es la antítesis entre la vida, un proceso o mejor dicho un flujo
que impulsa a los seres del planeta, y la forma, una vida más que
vida que organiza y estructura las realidades (1). De aquí surgirá
su sombrío panorama de la tragedia de la cultura en el triunfo de
la forma representada en la cultura objetiva que reduce a la cultura
subjetiva y lleva al sujeto a la desazón y al desarraigo en medio
de la indolencia producto de los cambios e incertidumbres de la
"alma pública" (2).
A
manera de introducción anotamos que la tarea del artículo es
reconstruir las reflexiones simmelianas en cuanto al sentir y si es
posible pergeniar una caja de herramientas que aporten a la
discusión. Sabido es el carácter espiralado de los escritos de
Simmel. Sabido de sus intenciones de descripciones impresionistas,
tendientes a comprender una situación social contemporánea que
sólo puede vivir en el exceso y en el detalle –Balzac dixit- y de
aforismos con pretensiones sociológicas y aspiraciones filosóficas
de unidad final del YO. Por eso es factible que al final de estos
párrafos se encuentre, más que con una TEORIA, con una APORIA
sobre la afectividad, un camino sinuoso y complejo que introduzca
elementos fragmentarios para una nueva comprensión del problema.
A
pesar de una larga historia del pensamiento occidental que soslaya a
la afectividad, iniciada en la crítica de Platón a los sofistas y
la exaltación de la retórica pasional, el triunfo del cristianismo
supuso un movimiento contrario: el reconocimiento de la vida
afectiva (no sólo en el campo de la moralidad, sino también en la
intuición estética), a la que se trata de comprender en su
peculiaridad, sin reduccionismos analíticos. Por lo que se refiere
a Alemania, el movimiento del Sturm und Drang, a fines del siglo
XVIII, y como reacción a la cultura racionalista, impuso su
convencimiento en la originalidad y productividad del "poder de
los afectos". El aprecio romántico por los sentimientos, la
valoración positiva de la imaginación, de la religiosidad, etc.
sirvió de contrapeso a las tendencias intelectualistas del
idealismo alemán.
Este
clima intelectual, y una profunda revisión de la idea de
experiencia kantiana matizada con el impulso vital de un ser
"más ser, por encima de cada situación actual"
(1950:30), propicia una focalización en Simmel de las diversas
teorías de los sentimientos. De esta forma es factible deducir
ciertos recorridos hacia una posible teoría de los sentimientos con
bases en una sicología social. En espacial trabajamos el citado
texto sobre los dos filósofos alemanes y ciertos artículos de su
monumental Sociología. Nos referiremos enfáticamente a un
apartado que la Revista de Occidente, de otro reconocido
vitalista como José Ortega y Gasset, publicó en 1926 bajo el
título de Fidelidad y gratitud.
Antes
de continuar nos parece oportuno dejar una cuestión terminológica
en parte saldada. En la filosofía sensualista se solía diferenciar
tajantemente entre los sentimientos como emociones complejas y a las
pasiones como sentimientos intelectualizados. Aún en trabajos
cercanos se continúa con estas divisiones (p.e. Teoría de los
sentimientos de Agnes Heller). Consideramos junto a
Aníbal Ponce (1992) que las emociones, los sentimientos y las
pasiones tienen una raíz común: las tendencias afectivas. Por lo
tanto un substrato anímico común permite pensar en conjunto a
sentimientos, pasiones y emociones. Ahora bien, sus rasgos
distintivos deben rastrearse no únicamente en consideraciones del
tipo "emoción igual a sujeto" o "sentimiento igual
sociedad" sino que otro camino alternativo es deconstruir las
palabras que se toman como equivalentes para designar eso que
llamamos sentimiento o emoción. Sus sentidos ponen en relieve un
aspecto particular dentro de un fenómeno complejo, que no debe ser
aplanado. "Afecto", "emoción",
"pasión", etc., según las raíces de los verbos o de los
sintagmas implicados aquí en cuestión dan a entender un matiz
particular del fenómeno emotivo. Los trabajos de la semiótica de
la subjetividad de la escuela posgreimasiana constituyen una
herramienta de primera mano.
A
propósito de Schopenhauer Simmel escribe que es el primero que hace
de un sentimiento específico, el dolor, una aparición patente del
ser mismo, la primera manifestación del hombre en el mundo. Dentro
de una voluntad metafísicamente siempre insatisfecha al carecer de
fin, en la interpretación de Schopenhauer, una bipolaridad
sentimental dolor/placer constitutiva del ser queda definitivamente
inclinada en una constante y ontológica negación de la felicidad.
Esta condición primaria hace que los sentimientos adquieran una
potencia de realidad subjetiva recurrente en nosotros, prosigue
Simmel (1950:76), que convierte a la afectividad en un proceso que
supera a la voluntad y a la representación. Una observación que
bajo el águila nietzscheana de Simmel representa una concepción de
los sentimientos separada del pesimismo de Schopenhauer, ajena al
imperio de la voluntad, porque según Simmel no se reconoce "lo
cualitativo del sentimiento, lo específico y elemental de su
esencia". Y nos referíamos a la influencia del filósofo de
Basilea porque algunos sentimientos cercanos a la moral son puestos
por Simmel con una autonomía relativa (3) que intenta reconciliar
los fueros íntimos y la crueldad y desamparo del mundo. En esto
recuerda a la transvaloración y la nueva moral del niño que
proponen el autor de Ecce Homo.
En
este punto se alcanza cierta concepción híbrida de los
sentimientos, arietes entre lo subjetivo y lo objetivo que tienen
una impronta colectiva arraigada en el alma pública. Esta
argumentada línea de pensamiento aparece cuando el autor analiza el
placer en el sufrimiento ajeno. Porque si se reconoce la
imposibilidad de experimentar el sufrir de otra persona la pregunta
siguiente es cómo algunos sienten placer al infligir daño a otro.
Critica la suposición inicial de Schopenhauer en cuanto éste ve a
la actitud en un plano de simple afirmación de poder e interpreta
que en la situación hay más que eso. Existe para Simmel (1950:88)
una estructura compartida entre los sujetos que permite una
comunicación de los sentimientos y que enlaza un fuero interno con
una actualidad anímica. Se explica el placer en el agresor en un
placer en el propio sufrimiento, con el resultante de la disolución
del límite ente yo y tú. Estamos en un entrelugar, el espacio
ambivalente de una esfera sentimental que pone en diálogo silente a
la vida y la forma, al alma y al mundo.
Podríamos
pensar en este sentido a los sentimientos en la idea de medios de
comunicación de un orden en fuga pero que puede ser categorizado en
campos de significantes particulares pero a la vez amplios. Hablamos
de medios de comunicación dentro de la teoría neofuncionalista de
Niklas Luhmann (4) (1995) quien los entiende como código de
símbolos generalizados que guían la transmisión de selecciones.
Una determinada selección sirve como estructura de incentivo para
otro y así parece pensar Simmel en el caso estudiado cuando
sostiene que la observación del sufrimiento de la víctima, de los
sonidos y gestos definidos, dispara la renovación sentimental del
sufrir en el victimario. Aunque la noción de indicio, una
emergencia de la primeridad perciana, más que la de símbolo, ya en
el plano de la ley, define con mayor propiedad la hibridez que la
afectividad carga en su aprehensión material.
Otra
cuestión importante a destacar en los escritos sobre Schopenhauer y
Nietzsche es la mirada de los sentimientos como procesos y no como
estados. Analizando las categorías nucleares de la vida en la
filosofía pesimista del primero objeta una interpretación de
valores absolutos y, a la par de Nietzsche, sostiene que los
sentimientos integran una conjunto eudemonístico (5) que se
convierten en medios para la intensificación de la vida.
Cabe
destacar que las características afectivas a las que Simmel anota
sólo pueden originarse "cuando la voluntad adopta la forma de
la existencia individual" (1950:127). Por la tanto no es
posible afirmar rotundamente una interpretación de los sentimientos
dentro de un marco convencional e intencional, en el sentido de
Brentano en referencia a un "algo" social, si bien es
bosquejada en aquel rasgo de las emociones de lugar de paso entre la
cultura subjetiva y la cultura objetiva expuesta en la figura de la
"comunicación" de sentimientos. Con los escritos de Sociología
veremos otra faceta de la reflexión del sentir en Simmel.
Tanto
la fidelidad como la gratitud son vistas en un rol sociológico de
cohesionantes de las relaciones humanas y son centrales en los
procesos de socialización. Sin el sentimiento de fidelidad sería
impensable la posibilidad misma del espacio social porque
"asimila íntimamente la estabilidad propia de la relación
supraindividual" (1926:305). Para Simmel este sentimiento es
una disposición del alma que pone en segundo plano la fluidez y
mudanzas de la subjetividad, la volubilidad de las tendencias
afectivas, e impone un tiempo objetivo a los encuentros. Se piensa a
la fidelidad como un puente, un verdadero híbrido, entre la vida
interior del individuo y la forma de la colectividad.
Este
razonamiento llevan a señalar en el texto que la fidelidad tiene un
recorrido inicial desdoblado: por un lado se eleva sobre la vida
inmediata y el ritmo subjetivo pero también tiene un anclaje en la
interioridad de los individuos ya que sus manifestaciones son
afectivas. Los ejemplos de Simmel refieren a todo tipo de relaciones
que tienen como eje el mantenimiento de relación con el otro y en
donde se deslinda el interés en el otro. Se rescata una intención
puesta en destacar el lazo, la función endogrupal de la fidelidad.
En ningún momento el autor subestima el impulso sentimental de la
fidelidad (1926:294) ya que se remarca en todo instante que se mueve
en los planos de la subjetividad. Y pesar de ello refuerza su
carácter específicamente sociológico, su asentamiento entre una
de las razones fuertes de existencia de los grupos. Una explicación
en el marco de su teoría de la cultura es que aquellas relaciones
en el tiempo tienden a consolidar a la forma para permitir una
cierta objetividad necesaria para el entendimiento de los hombres.
Dentro de estos argumentos entonces el sentimiento de fidelidad
permite que las disposiciones del alma pública se desarrollen en
resonancia con los vaivenes de las experiencias sensibles de los
sujetos.
Un
escalón más abajo para Simmel la gratitud cumple otra función de
destaque en la constitución del hecho social. La pervivencia del
vínculo luego de una acción recíproca constituye "la memoria
moral de la humanidad". Este sentimiento de efectos retardados
posibilita, debido a ser sentido como una obligación incancelable,
una conexión profunda entre diferentes realidades anímicas. La
gratitud impulsa un reconocimiento hacia el otro en la forma de
imperativo moral que reafirma a cada momento, en un pulso duradero,
los enlaces microscópicos entre los diferentes individuos. Simmel
afirma que es el único estado sentimental que puede ser exigido
moralmente y realizado en una amplitud desbordante de
circunstancias. Aún más, sostiene que sin la gratitud la sociedad
"dejaría de existir" ya que el dar luego del recibir
constituye una de las funciones vitales de cualquier grupo para su
permanencia.
De
nuevo se puede indicar que este sentimiento "alojado en nuestro
interior" tiene un tinte bivalente. Porque si bien parte de la
subjetividad, residuo afectivo de una reciprocidad primigenia,
recibe su densidad sentimental en la situación concreta. Producto
de las acciones la gratitud tiene un doble desarrollo: hacia el
interior de los participantes del mismo modo que impregna la
relación práctica hacia fuera. La figura que se imagina Simmel
para la gratitud es de una especie de lanzadera de máquina de
coser, que enlaza tanto a los sujetos como a la sociedad en mismo
movimiento. La importancia de esta deducción (1950:307) lleva al
autor a extender su consideración a un amplio abanico de
sentimientos (amor, codicia, etc.) y entre líneas se comienza a
pensar que el estado anímico a los sujetos puede tener relaciones
distinguibles de una situación sociológica determinada. Bajo estas
ideas se aleja de la concepción de una expresión del tipo
"situación emotiva igual una mezcla de propensiones
psicológicas" sino que la observa como modos de ser y de
sentir tan extendidos que resultan comunes a los más diversos
contextos de la experiencia (trabajo, ocio, política, etc.)
A
pesar de estos esbozos de una supuesta teoría de los sentimientos
no subjetivista o una teoría del alma pública Simmel en todo
momento refuerza la vieja idea que la afectividad refiere a un plano
espiritual difícil de localizar. Dentro de la tradición
neoplatónica Simmel refiere en términos parecidos a los de Plotino.
Mientras que para éste los sentimientos son caóticos e
indeterminados para el filósofo alemán constituyen una tragedia
(1926:316) que dificultan la normal marcha de las relaciones
humanas. Y eso se debe a su raíz "subjetiva", imposible
de racionalizar y en constante oscilación. El solipsismo de los
sentimientos, presentado ya en las meditaciones cartesianas, hacen
que Simmel hable de la fidelidad y de la gratitud como sentimientos
sociológicos o al menos orientados sociológicamente. De este forma
separa al amor o la amistad en un grupo de puros y cerrados estados
de los sujetos aunque no niega su importancia sociológica. Se
afirma que los sentimientos en general no necesitan la relación
social ya que se encuentran en algún lugar antes (6). Por otra
parte los sentimientos se instalan en un espacio protegido que
reacciona frente a las amenazas de la vida urbana, tal cual aparece
en Las grandes urbes y la vida del espíritu.
En
este último artículo los sentimientos aparecen en la estima
de un valor espiritual único e intransferible. Se emparienta la
pequeña aldea campesina al sentimiento, a los ritmos y estratos
más profundos del alma, versus las grandes ciudades asentadas en el
entendimiento y el desprecio de la esfera sentimental. Este eco
romántico, de registrar a la afectividad en un sitial conservador
de lo humano, de alguna manera justifican que Simmel aún continúe
reservando a los afectos en una arcaica caja de tesoros de la
humanidad. Recordemos que en todo momento en el pensamiento
simmeliano existe una profunda defensa de la unidad del individuo,
de sus valores espirituales, frente a la abstracción de las
relaciones sociales. En 1909 escribe que únicamente una política
centrada en el factor subjetivo, en la reunificación de la
identidad humana, disminuirá el padecimiento del hombre.
Por
la tanto se podría encontrar cierta contradicción en una ya a esta
altura sinuosa teoría del sentir no subjetivista simmeliana. Sin
embargo pensamos que en sus reflexiones sobre la vida de los
urbanitas y el acrecentamiento de la actividad nerviosa se puede
llegar a otra interpretación sociológica del sentir que contemple
a lo afectivo en una hibridez entre la alma y la forma. Bajo esta
vía nos adentramos en las descripciones de la incertidumbre y la
imprevisibilidad que ante las multitudes del siglo XIX se comienzan
a hacer en la literatura de Hoffman, Dickens, Poe y Baudelaire.
Multitudes que implican una efusión de sentimientos (7) y
sensaciones (8), una multitud de afectos.
De
manera precisa Simmel a lo largo de varios artículos reunidos en la
compilación El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de
la cultura (1986) y en el suelto El conflicto de la cultura
moderna (1923) detalla una serie de transformaciones en la
constitución de la subjetividad. Por ejemplo en el último ensayo,
en donde remarca la individualidad de la vida en contra de las
formas objetivadas y rígidas, se habla de que el hombre moderno se
convierte en objeto de sensaciones con el fin de socializarse. O en
uno de los trabajos incorporados en la mencionada primera
compilación, Estética sociológica, interpreta al arte
contemporáneo en la huella ambivalente de la hipersensibilidad y la
insensibilidad, despertando más que la comprensión un torbellino
de sensaciones en torno a la angustia. Aparece pues, de manera
similar al Barthes de Mitologías, una sensación de náusea
ante las imágenes modernas que connotan una profunda
incompatibilidad entre el significado cultural y lo existencial. A
estas representaciones el semiólogo francés las llamaba
significaciones puras, sobresaturadas en estereotipos e ideologías,
que producen una lectura de segundo grado construida sobre otras
interpretaciones supernaturalizadas.
Volviendo
a Simmel su pensamiento es que los procesos de la nueva ciudad
industrial, que contienen a los flujos abstractos del dinero,
imponen una forma completamente nueva de pensar y sobre todo de
percibir, algo diametralmente opuesto al mundo objetivo de las
sociedades pasadas. Existiría una transformación dialéctica en
donde los efectos del valor de cambio y la equivalencia monetaria,
antaño referidas a las propiedades de los objetos, también se
extenderían a las cualidades y a las percepciones de las cosas.
Claro que no debemos concluir que la sucesiva abstracción del
dinero es la causa de todos los fenómenos actuales en la teoría
simmeliana ya que la ciudad, esa tierra de peligros y oportunidades
para la individualidad según Simmel, actúa como una inestimable
mediadora. En Las grandes urbes y la vida del espíritu se
habla del acrecentamiento de la vida nerviosa debido a la rapidez de
los cambios en la vida cotidiana. Para el autor el urbanita parece
vivir permanentemente excitado. Esto tiene una explicación profunda
en las conexiones monetarias que se establecen en la
"objetividad despiadada" de las transacciones, en una
ciudad que es el terreno fértil de la expansión hipervoluble de la
economía monetarista. En su Filosofía del dinero de 1900 ya
se adelanta la ligazón existencial entre la forma especulativa,
permeable y flexible de la economía monetaria y la subjetividad, en
un puente hacia cierta interpretación de la teoría de la
fetichización de la mercancía marxista en donde la forma monetaria
se independiza de sus propias raíces y fundamentos y se entrega a
las energías subjetivas.
La
imagen que entrega Simmel del hombre se acerca al aforismo
nietzcheano: "lo que más le importa al hombre moderno no es ya
el placer ni el displacer, sino ser excitado". Ya vimos que
esta característica se conecta con los continuos procesos de
abstracción que si bien por un lado excluyen los rasgos
irracionales de las formas vitales por otro inducen por un aumento
de la movilidad y las exasperaciones a una excitabilidad que se
asemeja a una imagen de una humanidad símil de una red eléctrica.
Por esto clamaba el Manifiesto futurista del 1910 en pos del
"reino de los hombres con las raíces amputadas", hombres
que a través del acortamiento de todas las distancias materiales y
sicológicas incrementaban exponencialmente la movilización
emocional. La liberación hacia la irracional parece ser la proclama
luego de recorrer todos las caminos de la producción y de la
superproducción de objetos, signos, ideologías y placeres. Ante
este abismo Simmel, que en todo momento abre la sociología a
diversas esferas no racionales (9), aboga por la recomposición de
la cultura subjetiva, ahora rezagada por una cultura objetiva
dominada por la abstracción de las formas de vida y la división
del trabajo.
Otros
aportes a la teorización del sentir
De
estas líneas surge de inmediato una rápida comparación con otro
autor afecto a una dialéctica no hegeliana (10) o descentrada:
Walter Benjamin. Recordemos que para este filósofo marginal de la
Escuela de Frankfurt la experiencia de las ciudades, sometidas al
imperio técnico-social de una determinada fase de la evolución
capitalista, promueve debido a las colisiones y a los cambios
inesperados un shock (11) en las sensibilidades. La conjunción de
los avances tecnológicos con la reducción casi hasta la ataraxia
– o la indolencia, diría Simmel- determinan que la percepción se
vuelva sutil a una suerte de descargas de vivencias y experiencias.
La reacción ante la profusión de shocks, la asunción de una nueva
tactilidad de aquellos "hombres de raíces amputadas", a
esto Benjamin (1972:149) lo grafica con el cuento de Poe El
hombre da las multitudes y destaca la desazón y la angustia en
medio de un entorno totalmente extraño e inhumano similar al que
Simmel describe en la hipertrofia cultural de las ciudades. Ante
este cuadro, de disolución de la experiencia singular, Benjamin
(1972:132) dice de Baudelaire que el artista, lejos de darse por
vencido, "grita de espanto".
La
idea que tanto Simmel como Benjamin dan de las ciudades es de
ciudades sumergidas o submarinas en un mismo tono, por un lado, y
por otro costado, claramente ciudades de multitudes. Las
muchedumbres o multitudes son el punto de partida en la descripción
de Simmel (1986) de los nuevos sentimientos fundamentales en la
socialización, la reserva y la indiferencia, que parecen
caracterizar a los urbanistas fruto de una libertad espiritual
inaudita de los individuos derivada de la división del trabajo. En
Benjamin (1972) las multitudes de la gran París son pieza clave en
el análisis de la poética baudelaireana pero por encima de esto de
los nuevos modos de vida sustentados en la vivencia del shock.
Antes
hablamos que en las ciudades submarinas ambos autores parecen
descubrir una tonalidad emotiva que las hace sensibles a los cambios
con mayor facilidad. Se podría pensar de manera similar a Paolo
Virno (2002) que las sociedades contemporáneas de las multitudes se
caracterizan por instalar un núcleo neutro sentimental sujeto a
declinaciones diversas e incluso opuestas. Una "nebulosa
afectual", de acuerdo a Michel Maffesoli (1997), en donde no
sólo tenemos la distancia síquica de la interpelación moderna del
otro sino que se establecen contactos emocionales, casi táctiles,
que se definen por enlaces puntuales, la fluidez y la dispersión,
una red de redes lábil e expansible, por otra parte, algo común en
el desarrollo tecnológico actual o en las situaciones diarias de
una ciudad agotada. Buenos Aires no deja de ofrecer más que
ejemplos pertinentes de un mayor desarrollo del cruce entre el modo
de producción y la estructura afectiva: Christian Ferrer (2000),
alentado a lo lejos por la ansía situacionista, entrega una
descripción sicogeográfica de la ciudad con la descripción de los
sentimientos de clase media que giran en torno a la ilusión estilo
"globalizaciónpuntocom", un montaje emotivo de la
remanida "culturosidad" de clase y una furia que aumenta
ante una urbe que cambia su "esfinge" hacia una suerte de
panlatinoamericanismo velado/develado(12).
Lo
central en la teoría raciovitalista de Maffesoli (1997) es la idea
de "unión de punteado" que significa la presunción de
interpretaciones y acciones emanadas de huecos de sentido pasibles
de completarse con diferentes racionalidades y emociones. La
situación emotiva de la multitud contemporánea se caracteriza por
la coincidencia inmediata entre producción y ética,
"estructura" y "superestructura", revolución
del proceso laboral y sentimientos, tecnología y tonalidad emotiva,
desarrollo material y cultura. Como ya anticipaba Simmel las
extensiones de las libertades de los individuos, algo que por el
peso de la cultura no significa bienestar, el desafuero de los
valores y los significados en la masa cultual, produce una
inmediatez que aplana hacia la forma todos los procesos de la vida.
Como
veníamos reseñando la sociedad contemporánea usufructúa la
precariedad y la variabilidad, la permanente posibilidad de
adaptarse a los cambios. Una individuación que está fuera de los
carriles de socialización habituales (escuela, fábrica, etc.) y
que se afirma en las experiencias desagregadas de la cotidianeidad.
Sostiene Virno que estas vivencias se instituyen en: "los
shocks metropolitanos de los que hablaba Benjamin, la proliferación
de juegos lingüísticos, las variaciones ininterrumpidas de las
reglas y las técnicas que constituirán el gimnasio donde se
forjarán las aptitudes y requisitos que, a continuación, se
volverán dotes y requisitos "profesionales"". Se
abre así un nuevo nihilismo (habituarse a no tener hábitos, etc.)
que entra en producción, deviene requisito profesional, y es puesto
a trabajar; diferente al nihilismo simmeliano pendiente aún de los
efectos de la modernización. Sólo aquel que es experto en la
aleatoria variabilidad de la forma de vida metropolitana sabe cómo
comportarse en la vida al igual que aquellos jóvenes que Simmel
describía inmersos en las variaciones microscópicas de la moda y
los gustos, entregados como los personajes de Balzac a las
sensaciones de una vida en indefinido desgaste.
Para
concluir podemos colocar a Simmel, en diálogo con Benjamin, como un
autor pionero que en la descripción de los afectos, en miras de una
construcción sui generis de una futura teoría no
subjetivista del sentir inseparable de la experiencia urbana,
considera los efectos de los sentimientos excediendo una
consideración de la subjetividad como una tendencia excluyente del
yo hacia el mundo, tal cual lo sostiene la fenomenología emocional
scheleriana. Mucho más cercano nos resulta pensar formalmente,
dentro de una microsociología simmeliana que anuncia un espacio
afectivo bivalente entre el sujeto y la práctica, al cinismo y al
oportunismo, según Virno (2002) usuales como tonalidades
emocionales contemporáneas de las multitudes, bajo una sensibilidad
completamente caracterizada por el desarraigo, la aleatoriedad y el
anonimato. El punto crucial es que el actual movimiento productivo
se sirve, como su más precioso recurso, de estos sentimientos y los
consideran dentro de los esquemas de modernización sus
"innovaciones": incertidumbre de expectativas,
contingencia de las colocaciones, identidades frágiles, valores
siempre cambiantes. La tecnología social y tecnológica avanzada
reducen a perfil profesional la misma experiencia sensible de la
desorientación más radical, del desarraigo y la desazón de las
ciudades "en donde la cultura objetiva ha proliferado, y el
individuo ha crecido menos y menos" (Simmel, 1986:168).
Post
scriptum
En
los últimos tiempos la filosofía, la antropología, la sociología
y los estudios culturales, a través de la llamada "emotionology",
han prestado especial interés en la afectividad. De esta forma la
razón se ha convertido en chivo expiatorio de los infortunios de la
vida actual. Las influencias de la tendencia son enumeradas en
Kaufmann (1992): en la cultura new age, que banalizan la conciencia
ecológica, en el "posmodernismo", que anuncia el
"fin de la Ilustración", y desconfía de la razón
crítica y propaga, en vez de la corrección lógica y la claridad
conceptual, una "nueva sensibilidad"; las distintas
expresiones de "remitologización" de la visión del
mundo; acentuación de la intuición y la emoción, bajo las
banderas feministas; y las diferentes corrientes religiosas y
políticas fundamentalistas en donde se desprecia cualquier
argumento racional.
Simmel
en todo instante defiende una cuestión social que además de ser
estética, de pertenecer a las estructuras de la afectividad, es
profundamente ética y racional en el sentido humanista. El método
de análisis así sugerido, no para juzgar sino para
"comprender", se asemeja a la práctica del teatro épico
y resulta en la propuesta de una sociología del extrañamiento que
puede actuar dentro de la honestidad de una razón no
instrumentalizada, en pos de una cultura subjetivizadora. Porque
como escribía Robert Musil antes de la Primera Guerra Mundial:
"no es que nosotros tengamos demasiada inteligencia y demasiado
poco espíritu; lo que pasa es que tenemos demasiada poca
inteligencia en las cuestiones de espíritu".
(*)
(*)
Fuente: Mariano Oropeza,
Aportes para la reconstrucción de una teoría del sentir en
Simmel, publicado anteriormente
en Revista del
Consejo Profesional de Sociología Año II Nro. II,
Buenos Aires, junio 2004.
Citas
1. La obra de Georg Simmel representa una ruptura con las tendencias
organicistas, sicologistas e historicistas de las sociologías
poscomtianas, y junto a Emile Durkhiem, la instauración de un
segundo momento fundacional de la sociología con orientación
formal. Entre sus escritos, de los cuales se destaca Filosofía
del dinero (1900) y Sociología (1908), se cultiva el
campo de la microsociología, en el intento de extraer de manera
analítica, en los lindes de una dialéctica no hegeliana o
descentrada, las formas culturales y las huellas de la
cotidianeidad. Extensas son las influencias del pensamiento de
Simmel, algunas más o menos perceptibles, pero constituyen de
relevancia su sesgo en los trabajos de Werner Sombart, Georg Luckacs,
Martín Heiddegger y en las escuelas de Chicago y Frankfurt.
2. Se hace una analogía con el "intelecto público", una
noción que trabajan entre otros Paolo Virno (2002). Esta idea
considera una mente pública en una dimensión colectiva y exterior
en contra de la asunción de una valencia excluyentemente individual
de la actividad mental. Con alma pública estamos en la
consideración de una estructura afectiva fuera de la presunción
generalizada por la filosofía racionalista de que los sentimientos
son fenómenos difícilmente categorizables correspondientes a
efectos del cuerpo y sus tendencias.
3. Henri Bergson sostiene que el sentimiento tiene autonomía frente
a lo objetual y que, entre otras características, anticipa la
representación de la cosa por lo que sería supraintelectual y,
para el filósofo francés, creador.
4. Luhmann, Niklas, (1995), Poder, Barcelona, Editorial
Anthropos.
5. Las doctrinas eudemonistas son aquellas que buscan la felicidad a
través de normas y valores prácticos, morales y afectivos dentro
de un marco histórico.
6. Un cabal representante contemporáneo a Simmel de una la vida
sentimental interna es Max Scheler. En su Etica divide en
cuatro categorías a los sentimientos, en referencia a la
sensibilidad de un sujeto único: sentimiento sensible, referidos al
yo en nivel primario (pe. dolor), sentimiento vital, ligados a lo
somático y orgánico (pe. bienestar), sentimiento anímico, de una
motivación profunda y de cierta independencia de la voluntad (pe.
alegría), y sentimiento espiritual, virtual desaparición del yo
(pe. amor).
7. Durkheim, con cierta nostalgia de las sociedades preurbanas,
decía que en el futuro las sociedades industrializadas tendrían
una esfera emocional sobrevalorada. Ver Maffesoli, M., (1990), El
tiempo de las tribus. El declive del individualismo en las
sociedades de masas, Barcelona, ICARIA.
8. Definimos a las sensaciones a la manera de los sensualistas (p.e.
Condillac) del siglo XVIII: origen de las facultades superiores y
principio del conocimiento del mundo. En ésta corriente sentimiento
sería la facultad de experimentar sensaciones.
9. Debemos también anotar el rescate de los contenidos emocionales
en los estudios realizados por Tönnies de las comunidades y su
persistencia basal en las sociedades. Tal vez este autor sea uno de
los primeros en afirmar taxativamente que las estructuras
emocionales constituyen la principal amalgama de los grupos. Ver
Ritzer, G., (1993), Teoría sociológica clásica, México,
Mac Graw Hill.
10. De todos modos esto no quiere decir que Simmel no se encuentra
influenciado por la filosofía hegeliana. Todo lo contrario: su
concepción de cultura, y sus derivaciones en la teoría de la
tragedia de la cultura, tienen una relación directa con la
dialéctica hombre/sociedad, tal cual aparece en la llamada segunda
alienación de la Fenomenología del espíritu. Además las
ideas sobre tiempo e historia y sus fuentes en la experiencia humana
también derivan de Hegel.
11. El autor de Iluminaciones obtiene su idea de shock de la
teoría freudiana que lo entiende como una potencia destructiva del
equilibrio interior. Un entrenamiento de los estímulos, en los
cuales puede contribuir la memoria, sirven para aliviar el impacto
del shock y convertirlo en una vivencia. Si retornamos a Simmel y
las descripciones de ciudades en donde la lucha con la naturaleza se
ha mutado a una cruenta e inmediata lucha por los hombres, entonces
se hace difícil pensar que la memoria, asentada para él en los
ritmos antiguos y estables de las comunidades, otorgue una
protección anímica adecuada.
12. Ferrer, Christian, Pueblo de frontera, en revista Ciencias
Sociales, Buenos Aires, Nº 44, noviembre de 2000, pag. 5
y 6.
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