REGIS DEBRAY Y LA TEORÍA DE LA IMAGEN
Por Ricardo Parodi
cteoria@aol.com
Regis
Debray es autor de Vida y muerte
de la imagen. Una historia de la imagen en Occidente.
Su significación radica en ser un importante análisis filosófico-cultural
de los cambios en la historia en el estatuto de la imagen
y su relación con el conocimiento. En el ensayo que les
presentamos en este momento de Textos sobre Filosofía
y filósofos de Temakel, se realiza un meticuloso
estudio de las diversas etapas en la historia de la imagen
y en sus repercusiones filosóficas en cuanto al lazo imagen-conocimiento
e imagen y teoría cinematográfica. El autor de esta indagación
de amplio alcance es Ricardo Parodi,
autor de numerosos seminarios on line sobre cine alemna
alojados en la pagina del Intitot Goethe de Buenos Aires.
E.I
REGIS DEBRAY Y LA TEORÍA DE LA IMAGEN
Por Ricardo Parodi
"Los
animales,
excepto el hombre, viven reducidos a las imágenes y los
recuerdos; apenas poseen la experiencia, mientras que el
género humano se eleva hasta el arte y el razonamiento."
El "deber", ya que en esto está en juego una cuestión
moral, del hombre es elevarse por sobre la mera experiencia
sensible, por sobre la Imagen, y por la vía del razonamiento
argumentativo y de la mímesis literaria, llegar al
conocimiento verdadero sin dejarse llevar por las engañosas
percepciones.
Se
trata no de otra cosa que de la imposición de un universo dual donde
también será posible trazar una frontera entre lo
"interior" y lo ""exterior", el cuerpo y la
mente, el espíritu y la materia, la realidad extensa (externa) y la
vida de las ideas (psiquis) cuyo ordenamiento ha de procurar la Razón.
División, marca o índice que señala también a la jerarquización del
logos por sobre la percepción y la Imagen, elementos
degradados, "bajos", con respecto al universo de las ideas.
La
desconfianza platónica por los poetas, a los que era necesario expulsar
del gobierno de la República, se continúa en Aristóteles por la diégesis, por
el recrear mundos y formas artificiales,
opuesta al estricto realismo de la mímesis, que si bien también es
entendida como una copia, un reflejo, al menos se adecua a las
exigencias de un realismo productor del conocimiento verdadero.
Así,
tanto a la Imagen como a "la
literatura concebida como un arte, le fue asignado el terreno de las
percepciones; opuesto al de los conocimientos. Esta distinción que
encontramos en Plotino (Enéadas, IV, 87; Así la naturaleza tiene dos
aspectos, uno inteligible, otro sensible) fue recogida por Baumgarten,
quien fundó, con la palabra, el discurso estético: "Los
filósofos griegos y los padres de la iglesia han distinguido siempre
entre cosas percibidas y cosas conocidas. Es absolutamente evidente que
no igualaban las cosas inteligibles a las cosas sensibles cuando
honraban con esta palabra cosas tan alejadas de los sentidos (y por
lo tanto de las imágenes). Por consiguiente, las cosas
intelectuales deben ser conocidas por una facultad superior como objetos
de la lógica; las cosas percibidas deben ser estudiadas por una
facultad inferior como objetos de la ciencia de las percepciones o
estética (Al. G. Baumgarten, Reflexiones sobre poesía, § 116-edit.
Univ. de California Press, 1954)"
El
lugar de lo bajo, de lo sensual, que pone en evidencia el orden mismo
del deseo, es el reino de la Imagen. En este estado de cosas, no
es extraño comprobar el retraso que ha sufrido el estudio de la imagen
en todo aquel campo que no fuera el de la estética. Es recién con el
advenimiento de la psicología, hacia mediados del siglo pasado y, sobre
todo con la teoría gestáltica a comienzos de éste, cuando el estudio
de la percepción y la imagen recobran algo de importancia. Para decirlo
de otro modo, es con el estudio renovado de la percepción, y luego de
los procesos cognitivos, que la Imagen en tanto extremo,
prolongación subjetiva del estudio de la percepción, no reducible a la
Representación, recobra importancia.
Si
bien es cierto que no hay imagen sin mirada ni mirada sin imagen, la
cuestión de la Imagen no se agota en esta relación.
La
mirada es el rasgo de lo humano en la visión, aquello que escapa a lo
óptico. Es el intento desesperado de semantizar una percepción que,
aunque interna y subjetiva, es extraña y siniestra como la imagen de
nuestro rostro en el espejo cada mañana.
Es
de esta relación de lo que se preocupa Debray en VIDA Y MUERTE DE
LA IMAGEN que lleva el subtítulo de "Historia de la
mirada en Occidente". Los dos términos están presentes desde
el comienzo, y tendrán un tratamiento dialéctico como objeto de la
"mediología".
Así,
la mirada tendrá historia (en el sentido marxista del término),
devenir, cambios en la asignación de sentido a la Imagen.
Verificar estos cambios de sentido es conocer las edades de la mirada.
Las
edades de la mirada serán tres: Logoesfera (después de la
escritura); Grafoesfera (después de la imprenta) y Videoesfera
(después de lo audiovisual).
La
pregunta de Debray no es por el conocimiento de la Imagen en sí. Como
buen analista cultural, se preocupa más por registrar los efectos
semánticos de la mirada en el seno mismo de la Cultura. Hacer una
historia de la mirada supondrá (en teoría) reencontrar su devenir en
los distintos dispositivos de actualización de la imagen. El tema será
ver si estos desarrollo debraydianos poseen importancia teórica más
allá del dispositivo teórico específico para el cual fueron
desarrollados. Habrá que ver si tienen interés para una Teoría
General de la Imagen.
En
el Principio, ¿Fue la "Logoesfera"?
El
"logos" es directamente la palabra, el verbo que da sentido,
pensamiento, concepto. Discurso del entendimiento, "mirada"
inteligible que se arroja sobre el Universo. Pero también "es
estar con" la palabra divina. Es encontrar en los índices,
símbolos e íconos (la clásica distinción pierciana) que evidencian
el obrar divino.
Si Debray estipula a la "Logoesfera"
como la primer edad de la mirada, constituyéndola a partir de la invención de la escritura, habría que entender que es necesario
remitir a la constitución del dualismo planteado con anterioridad
introduciendo en él un tercer término: la palabra.
"Si
definiésemos "Teología" como "palabras acerca de
Dios", entonces por "logología" daríamos a entender
"palabras acerca de las palabras".
Ideas de las ideas que señalan efectivamente la imposición de un orden
logológico de la Imagen que lejos de ser el más arcaico es el más
instrumental, aquel donde la Representación sólo puede ser entendida
en función de proveer un contacto con la eternidad
"mediatizada" por la palabra.
Superación
de la muerte y unión con Dios, he allí la función de la imagen
instituida por la mirada logoesférica. Es lógico que, para Debray, en
esta edad no tenga sentido hablar de "Arte" en el sentido
moderno del término (la "mediología" codeándose con la
estética). Aquello que se da a la pura contemplación, al mero regocijo
estético, es al Arte de una época menos mágica, más pagana.
Pero
acaso, ¿no es el mismo valor el que le otorga Debray a la Imagen que a
la palabra?: "Representar es hacer presente lo ausente" de
donde se sigue el carácter mediador de ambos. Mediación que es Poder y
se expresa en primera instancia en el cuerpo mismo (Foucault), con
resonancias de una unidad arcaica, aquel primer descubrimiento visionario
ante el espejo que una mirada todavía incompleta no alcanzaba a
estabilizar. Si seguimos este razonamiento, el carácter mediador de la
Imagen no sería tanto sino que es el verbo el que posee tal facultad: "Se
puede pensar en el Verbo como el mediador, en el sentido de que se
interpone entre la naturaleza de uno como cuerpo individual y las ideas
de uno como fundamento último de ese cuerpo. Esta mediación sería
"creadora" en el sentido de que a ella se debe el modo de cada
persona individual de "oír" lo que le dicen los demás, y en
el desarrollo de su propio conjunto de creencias.". Pero todo
este proceso puede funcionar y tiene sentido en la medida en que se
acepte (aunque sea de modo momentáneo) la correspondencia estricta
entre la palabra y la cosa.
Lo
que la Imagen, como pura virtualidad indecible, va a poner en evidencia
es la no adecuación de esta comunión sagrada que brinda la base sobre
la cual pensar todo posterior despliegue causal entre la imagen y sus
significaciones. La Imagen como tal es el desgarro del principio de
autoridad que rige en la logoesfera de Debray. Dios sólo se constituye
como tal luego de la mediación de la palabra, de la comunión de la
palabra, en tanto logos, con "el Camino, la Verdad y la Vida".
De modo tal que no es realmente un estatuto arcaico de la Imagen lo que
nos propone la logoesfera (esto implica afirmar la existencia de algún
período anterior a la logoesfera que todavía falta conceptualizar).
Y
esto aparece confirmado por la suposición del contexto histórico que
regula la economía logoesférica: la magia y la religión que deben su
efectividad no al régimen de la visión sino precisamente al de la
palabra. "Y, sin embargo, la imagen no es la lengua hablada de
nuestros niños, pues no tiene ni sintaxis ni gramática. Una imagen no
es verdadera ni falsa, no contradictoria ni imposible. en cuanto que no
es argumentación, no es refutable" . Es allí donde radica el
costado ominoso de la imagen: en su propio origen, en su propio Ser. Es
aquello que se sustrae al dominio del discurso, lo que señala la
frontera misma del lenguaje. Aquello de lo que no podemos hablar pero
que no cesa de hacer sentir su presencia a través de efectos
interpretables como síntomas. El síntoma corporal es la evidencia de
que algo del orden de la imagen pervive por sobre las regulaciones del
logos, de que hay algo que el logos no alcanza a recubrir confiriendo
identidad o de que la identidad se pone en duda cada vez que nos
enfrentamos a la Imagen.
Escrito
en la Esfera
Si
el cine "es el psicoanálisis del siglo XX" tal como
postula Debray, habrá que convenir en que lo es en la medida en que
continúa la Razón tradicionalmente literaria y verbal.
El
Cine, lo que popularmente se entiende como "lenguaje
cinematográfico", es aquel que recoge "la tradición
narrativa occidental" y es esto lo que brinda a la Representación
(ya como "ilusión" no necesariamente conectada con lo
divino). El estatuto del Arte que la Grafoesfera reclama.
Pero
lo cierto es que la cuestión de la representación cinematográfica no
se reduce al orden del discurso. No es remitible al orden de la mera
comunicación, como también advertía Adorno para la condición del
Arte todo.
Las
características estructurales del cine experimental demuestran que no
todas las representaciones se organizan según el orden de la
narración, que existe una representación no-narrativa que se conecta o
pone en evidencia su propio costado virtual: el de la Imagen.
Si
bien es cierto que "no hay percepción sin interpretación. No
hay grado cero de la mirada (ni, por lo tanto, imagen en estado
puro)", también es cierto que no toda mirada termina
configurando un sentido, el entramado narrativo de la representación, y
es posible suponer, teóricamente, una operancia de la imagen anterior a
la constitución de toda mirada. Una imagen que es visión autónoma de
contenidos, que se relaciona con nuestro sistema óptico, que no cesa de
promover efectos en lo real. Se puede ver sin comprender, una Imagen
puede presentarse como un "signo óptico" puro, que no remite
a ninguna acción o respuesta semántica posible. Signo no lingüístico
absolutamente imposible de ser pensado por la psiquiatría clásica.
El
Opsigno pone en evidencia la pervivencia de una Imagen-percepción que
se sostiene más allá de la tramitación narrativa. Que la percepción
puede prolongarse más allá (o más acá) de la interpretación. Pero,
por otro lado, también pone de manifiesto que "El cine no es
lengua, universal o primitiva, ni siquiera lenguaje. Saca a luz una
materia inteligible que es como un presupuesto, una condición, un
correlato necesario a través del cual el lenguaje construye sus propios
"objetos" (unidades y operaciones significantes). Pero este
correlato, aún inseparable, es específico: consiste en movimientos y
procesos de pensamiento (imágenes prelingüísticas), y en
puntos de vista tomados sobre estos movimientos y procesos (signos
presignificantes)." Es esta pervivencia de la Imagen, en tanto
planteamiento de una relación vivencial mucho más arcaica que la
narración-discurso, lo que hace tope al logos, lo que llama a superarlo
en aras de una psicomecánica que se enuncia a sí misma a partir de las
"marcas" que los Opsignos que promueven.
No
es la Grafoesfera, por supuesto, la que va a favorecer tal desarrollo.
Por el contrario, esta segunda edad de la mirada, marcada por la
invención de la imprenta, no hará otra cosa que prolongar, con un
sentido diferente que implica pasar del orden de lo divino al de una
naturaleza por conquistar en lo Real y en la representación.
Resulta
paradójico observar que fue el desarrollo de los aparatos ópticos lo
que introdujo la posibilidad de una Ciencia Moderna que sin embrago no
prestó demasiada atención al problema de la Imagen y a lo que el cine
estaba poniendo en evidencia: la posibilidad inédita de desfasar la
serie de la palabra de la serie de las imágenes. Muchos son los
ejemplos que podríamos citar. Bástenos recordar el cine de Margueritte
Durás ("Aurelia Steiner", "India Song",
etc.), donde, mientras se desarrolla en "off, off" un
relato verbal, la serie visual se desarrolla sin tener casi contacto con
la serie verbal. Son estas experiencias, del cine Moderno y
Experimental, las que terminan remitiendo a un más allá del
psicoanálisis, ...aún más allá de la mirada.
La
Imagen-Información
La
Representación, al igual que la Religión y el Poder, forma parte del
orden mismo del dinero. De un dinero devenido cada vez más imagen en la
medida en que ahora puede ser sólo una representación en la pantalla.
El cambio cualitativo del aura en la videoesfera (que obtiene el valor
de una performance técnica particular, sólo momentánea y limitada a
un breve período de presente, hasta la emergencia de alguna nueva
tecnología) no implica necesariamente al caída del valor mágico y
místico de la imagen.
Pero
aquella aura sagrada, que correspondía con exactitud a la Logoesfera,
es posible encontrarla en algunos aspectos del manejo contemporáneo de
la imagen. No es descabellado imaginar un personaje experto en
computación, que maneje los más elevados progresos de la imagen
informática que, sin embargo, coloca una estampita de Ceferino, a la
que toca, a la que le implora, en un costado de su monitor color. Es que
las edades no se excluyen, como señala Debray, sino que se superponen e
impulsan una a la otra. No cualquier imagen posee el mismo valor
(significación) y quemar ciertas imágenes puede ser hoy tan sacrílego
como en la edad media.
Sin
embargo, en la Logoesfera, donde la imagen era invocada para proteger a
los creyentes, el valor de eternidad del ícono y el ídolo suponían
una otra conexión con la temporalidad. Se trataba de un tiempo
cíclico, enmarcado por el suceder de las estaciones. En la Grafoesfera,
con la toma de conciencia del devenir histórico, el tiempo se hace
lineal, se apuntala en la idea de progreso, en la superación de
instancias de precisión representacional. La fotografía y el cine
vinieron a coronar este proceso.
En
la Videoesfera, en cambio, donde la imagen e información no se
distinguen, las variaciones con respecto a la utilidad de la Imagen
sólo se han profundizado cuantitativamente (acorde a las diferentes
instancias del progreso del capitalismo), en tanto la Representación
sólo le confiere también un valor cuantitativo.
Es
que la utilización instrumental de la imagen ha llegado a su máximo
desarrollo, constituyendo el régimen temporal en una suma de continuos
presentes, un suceder puntual de "hechos", y acontecimientos
que son imagen en la medida en que el flujo representacional ahora forma
parte de nuestro flujo mental. O mejor aún: no es posible distinguir el
uno del otro ya que la fórmula de todo conocimiento posible pareciera
ser el de la acumulación informativa. De allí que el acto perceptual
sólo sea entendido en función de su apuntalamiento de este proceso
acumulativo. No posee ya ningún valor trascendente o místico. Ya no se
trata de reencontrar en la percepción algún momento de
"Iluminación", ni de acceder a una instancia cognitiva
superior. Por el contrario el "mapa cognitivo" que la imagen
informática construye es aquel que conviene a la ratificación de un
modelo de realidad excluyente. Ya no se trata de afirmar que los medios
"manipulan la realidad", como si ésta fuera un dato externo a
la representación. Por el contrario representación
"mediática" y realidad son dos caras de la misma moneda en
tanto no se distinguen ya de los procesos cerebrales de producción
subjetiva.
¿Dónde
diremos que comienza la "Realidad"?, ¿en el dato
"objetivo", existente antes de cualquier manipulación de la
imagen percibida? Nosotros, como sujetos, no existimos (no pensamos)
antes de dicha percepción. Somos objeto y sujeto de la imagen. Pero a
condición de que ambos términos sean relativizados, puestos a expresar
una tensión continua intersubjetiva que no concede diferencias entre el
adentro y el afuera, entre lo interior y lo exterior, agotando el
dualismo pitagórico referido por Aristóteles al comienzo de la
"Metafísica".
Sólo
nos queda tratar de promover otra direccionalidad, otro sentido al
entramado representacional, recuperando el valor de la Imagen. Y esto equivale a decir: intentar construir otros modelos, otros anclajes de lo
perceptual que dudaría en denominar "verdaderos" pero que,
sin lugar a dudas, tienden a poner en interdicción la construcción
acumulativa de conocimiento, los saberes circulantes. Es este trabajo
escéptico sobre la importancia y modificaciones que aportarían los
nuevas tecnologías de la Imagen, que no son otra cosa que nuevas formas
de apropiación de las representaciones (en tanto reconstruyen una y
otra vez, con mayor grado de efectividad y velocidad viejos modelos de
realidad) lo que se convierte en una forma de resistencia.
La
cultura de la "Videoesfera" como aquella de la circulación
vertiginosa, del esfumado de los contornos ante el devenir cuantificable
de la Representación. Una imagen, en "fundidio encadenado",
se prolonga en la otra, deviene movimiento de una en otra, sin consistir
plenamente, convirtiéndose en fluir gaseoso, en percepción global, no
marca, no señala un cambio cualitativo de la relación del sujeto con
la imagen, no configura efectivamente una nueva mirada a partir de
constituir una "Cultura de la Imagen": "por ello nuestra
civilización sigue siendo, quiérase o no, una civilización del
lenguaje".
De
la "Mediología a la Teoría de la Imagen
Imagen
y Representación no se confunden aunque no se pueda determinar donde
comienza la una y termina la otra. Son el costado virtual y actual de un
mismo Cristal. Todo esto merece ser estudiado, sin lugar a dudas, a
partir del factor de significación que aporta la mirada. Pero no es
suficiente. El establecimiento y desarrollo de la dialéctica entre
imagen y mirada sólo nos da algunos rasgos, algunas características de
la primera
En
el trabajo de Debray se infiere un costado oscuro, poco conocido,
siniestro si se quiere, de la Imagen, tal vez confinada a ser sólo
"mental", en la medida en su consistencia está referida a los
procesos cognitivos (de los que Debray no se ocupa) óptico-neurológicos.
Así, una Teoría General de la Imagen debe ir mas allá de los
presupuestos "mediológicos" y tratar de integrar la Teoría
de la Mirada con los desarrollos provenientes de las neurociencias y la
psicología cognitiva, que están ayudando a comprender el verdadero
sentido de los procesos cerebrales de pensamiento, donde la Imagen
parece poseer un papel mucho más preponderante del que tradicionalmente
se le ha otorgado.
También
es necesario ocuparse de las configuraciones estructurales particulares
de la representación, que no siempre siguen los dictados de la mirada.
La Historia del Arte está plagada de ejemplos de sistematizaciones
representacionales que surgen antes de que halla una mirada capaz de
significarla en su tiempo.
Una
Teoría de la Visión y una Teoría de la Representación son los
complementos necesarios para una Teoría de la Mirada, si uno quiere
acercarse, en algo, al fenómeno de la Imagen en toda su dimensión.
Pero
nada de esto, estimado lector, nos excusa de pasar por una experiencia
perceptual de la que ni la palabra, ni este texto, pueden decir nada.
Así,
el surgimiento de un nuevo cine, que provisoriamente propondremos
denominar "Neobarroco", lejos de ser considerado por
nosotros un problema de estética o estilo, supone una profunda
modificación del campo de la Teoría del Cine, en sus diversas
vertientes, no por la supuesta necesidad de "dar cuenta" de la
nueva forma, sino por las nuevas conexiones, sinapsis y enlaces entre
signos, marcas e índices que promueve en el cerebro cinematográfico.
La
Teoría del Cine, como campo de prácticas de tono científico, se
define no solamente en relación a la definición de su objeto, como
aporta Cassetti (1978, 1997) en su intento de diferenciación del campo
Teórico (que se ocupa del "Cine") del de la Crítica
Cinematográfica (que se ocupa de las "películas"), sino que
también se debe considerar la estipulación de una metodología
específica. Si bien el objeto es propio y determinante del campo, lo es
en la medida en que una metodología pueda crearlo parcialmente (y es a
partir de esa parcialidad que se instituye el campo).
En
muchas ocasiones el campo de la Teoría se ha visto hibridado e
imperializado por diversas disciplinas que han impedido, de una forma u
otra, su clara delimitación: tal como señala el Groupe m en
relación a los bloqueos epistémicos para el desarrollo de una Teoría
de la Imagen dos son
las malformaciones más importantes:
"La
primera es la relación privilegiada que, de entrada se ha establecido
con la crítica de arte."(Groupe m , 1993, el
destacado es mío). Muchos de estos trabajos, muy meritorios y hermosos
en su rico lenguaje y erudita ilustración "no son más que
análisis sutiles de obras o especulaciones estéticas, simplemente
revestidas de la librea de un lenguaje que se viste con los exteriores
elegantes del discurso científico. La consecuencia mayor de esta
prostitución es que la "teoría" no llega a considerar más
que enunciados particulares, para los cuales no cesa de elaborar modelos
ad hoc. Nuevos cada vez, estos conceptos no pueden poseer la
generalidad de los que constituyen un saber." (op. cit. pág. 10).
El problema mayor de este planteamiento reside en el hecho de intentar
asimilar, casi sin mediación, las distintas conformaciones y
movimientos dados en la historia del cine, con las operadas en otras
esferas artísticas (en la pintura por ejemplo).
Mucho
más sutil e interesante, por sus consecuencias metodológicas, es el "imperialismo
lingüístico" que provocó una suerte "transferencia pura
y simple de terminología" que paralizó el campo de la Teoría y
que lo encauzó en forma directa al análisis casi excluyente del filme
narrativo, campo propicio para la utilización de términos como
"sintagma", "sema", "gramática
visual"(!!??), etc., con descuido evidente de otros sistemas
representacionales, el cine experimental, por ejemplo, no reducibles al
orden del lenguaje.
Entiéndase
bien, la discusión, a nuestro entender, no debe darse en un tono
esencialista. Poco importa saber si, en "esencia", el cine es
o no un lenguaje. El problema son las consecuencias metodológicas de
adoptar una u otra postura. Adscribir decididamente a la idea de que el
cine es un lenguaje ha hecho que, tal como nuevamente señala el Groupe
m (op. cit. pág. 11), nos priváramos "a menudo de la aportación
de otros saberes rigurosos, como la óptica, la fisiología de la
visión y la psicología de la percepción."
La irrupción, a mediados de la década de ochenta, de los
dos tomos dedicados por Gilles Deleuze al estudio del cine,
constituyen un paso fundamental para la delimitación del
campo de la teoría como un espacio autónomo. Establece directamente
un antes y un después. Este corte no podía provenir del
interior mismo de la teoría. Era necesario un pensamiento
filosófico (ya que toda discusión espistémica es, en el
fondo, una discusión filosófica) externo al campo de la
Teoría para impulsar esta refundación. (*)
(*)
Fuente: Ricardo
Parodi, "Regis Debray y la teoría de la imagen",
editado aquí de manera original.
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