EL HAIN Y EL MITO ONA DE LA PELEA DEL SOL Y LA
LUNA
Un
shoort, uno de los principales espíritus que participaban del principal
rito ona.
|
Los
onas se autodenominaban "selkans", hombre de a
pie. Eran básicamente cazadores. Habitaron en la Isla de
la Tierra del Fuego. A comienzos del siglo XX, fueron sometidos
a un exterminio por los estancieros dedicados a la crianza
de ovejas. Algunos pocos lograron sobrevivir en misiones
salesianas. Una obra clásica sobre los onas surgió del tesón
del antropólogo austríaco Martín Gusinde quien, en la década
de 1920, convivió con los onas y presenció su ritual fundamental,
el
hain.
El 1983, murió Lola Keipja, la última
ona. Sus cánticos de estirpe chamánica fueron grabados por
la antropóloga francesa Anne Chapman, autora también de
un importante libro sobre este pueblo, hoy desaparecido.
Aquí honramos a los imaginativos y extintos onas mediante
el recuerdo del mito que narra los orígenes del hain, el
rito esencial de su cosmovisión...
EL
HAIN Y EL MITO ONA DE LA PELEA DEL SOL Y LA LUNA
Hace
mucho, mucho tiempo, Krren, el Sol, y Krah, la luna, vivían
en la tierra de los onas. En esa época las mujeres dominaban
a los varones, a quienes trataban como a sirvientes, obligándolos
a cumplir con las tareas más bajas. Entonces eran ellos
los encargados de cargar los bultos, cocinar, cuidar a los
bebés o acarrear el agua hasta las chozas.En determinadas
ocasiones las mujeres, dirigidas por Krah, se reunían en
un amplio toldo para llevar a cabo una ceremonia secreta
que se llamaba hain. El hain era una especie de fiesta
donde las jovencitas eran proclamadas mujeres y donde la
presencia de los varones estaba prohibida. Durante el rito,
las participantes se reunían alrededor del fuego y se disfrazaban:
se pintaban el cuerpo con arcilla roja y blanca y se cubrían
de plumas. Los hombres, mientras tanto, escuchaban los gritos
y no se atrevían a acercarse por miedo a contrariar a los
espíritus convocados. Pero un día tres hombres jóvenes,
osados y curiosos llamados Sit, Kehke y Chechu se resolvieron
a espiar a las mujeres durante el hain. Querían saber qué
pasaba en la choza prohibida y develar el secreto del poder
femenino. Los tres hombres se fueron acercando con sigilo,
mirando atentamente a su alrededor y ocultándose cuando
les parecía necesario. Al llegar junto al toldo y atisbar
por entre las junturas de los cueros se dieron cuenta de
la gran verdad: los temidos espíritus no eran más que sus
propias mujeres, a quienes reconocieron una por una. Lleno
de rabia, Sit lanzó un fuerte silbido de aviso, y todos
los hombres corrieron hacia la choza donde se desarrollaba
el hain provistos de piedras y palos. Todos juntos se lanzaron
contra las mujeres y las golpearon hasta matarlas.
Rápidamente Krah apagó el fuego sagrado y quiso organizar la defensa, pero Krren la enfrentó,
furioso por el engaño. Enceguecido, le dio fuertes golpes en la cara y la derribó sobre las brasas de la hoguera. Su enojo era tan grande que mató a su propia hija, la hermosa
Tamtam. Hijas, madres, hermanas, esposas fueron ultimadas, todas menos las niñas que todavía no
hablan llegado a la edad del hain. Cuando los hombres se calmaron, contemplaron desolados los despojos. Comprendieron que no podrían seguir viviendo allí y decidieron
marcharse. Hombres, niños y niñas pequeñas se dirigieron hacia el Este, muy lejos, más allá de los mares, donde el mundo se acaba. Y allí se quedaron
durante mucho tiempo, llorando a sus mujeres muertas y su soledad. Sólo cuando las niñas se convirtieron en
jovencitas los hombres decidieron volver a su tierra para repoblarla y comenzar de nuevo. Pero la vida de los onas nunca volvió a ser la misma. Desde ese momento Krren y los hombres dispusieron que el hain fuera una ceremonia
secreta de la que sólo ellos participaran. Y dominaron el mundo mientras las mujeres, privadas de la
protección de Krah, fueron sometidas para siempre. Después de la derrota, Krah, desesperada de dolor y humillación, se sumergió en el mar, nadó hasta el horizonte y desde allí subió al cielo, que sería desde entonces su nueva morada. Estaba
furiosa con Krren, con los hombres y con todos los espíritus masculinos, pero también se sentía
ufana de ser la única que había salvado la vida. El Sol fue tras ella, burlándose de su cara
manchada por los moretones y las quemaduras, pero no pudo ni podrá alcanzarla
jamás. La gran persecución se repite todos los meses. Krah asoma poco a poco su rostro dolorido y se muestra por completo, clara y redonda, pero
cuando divisa a Krren y comprende que él sigue dispuesto a maltratarla, comienza a esconderse
hasta desaparecer. La Luna es rencorosa, recuerda siempre el tiempo en que era reina y señora y no perdona a los onas, que ayudaron a Krren a destronarla. Por eso envía desgracias a la Tierra y se lleva a los
niños cuando las madres se descuidan. Los onas le tienen mucho miedo, no se alejan de sus toldos por las noches, no se unen con sus mujeres en luna llena y convocan a los hechiceros
para que, con sus cantos, destruyan el influjo de Krah. Muchas veces la maldicen levantando sus puños hacia el cielo, ordenándole que se vaya y
deje de enviarles tormentas y enfermedades. Ella, como si obedeciera, desaparece por unos días,
pero luego, burlonamente, vuelve a asomarse. Una vez cada tanto, Krah no adelgaza sino que empieza a ponerse oscura y
permanece así, como tiznada por el odio. Entonces los onas siguen el mandato de sus hechiceros y resisten
ensimismados, rogando todos juntos para que pasen pronto las horas angustiosas del
eclipse. (*)
(*) Fuente:
Leyendas de la Tierra del Fuego, comp. ArnoldoCanclini,
Ed. Planeta, Ciudad de Buenos Aires.
|