UNA
CONVERSACION CON LEONARDO FAVIO
Entrevista
de Esteban Ierardo
Leonardo Favio
es uno de los más inspirados artistas del cine de la Argentina.
A fines de 1993 lo visité para realizarle una entrevista
que fue originalmente publicada en una revista ya desaparecida.
Ahora, he decidido incluirla en Temakel.
En esta conversación con Favio emergen sus perfiles menos
conocidos: su creencia en una divinidad inteligente, la
trascendencia del arte, el cine como narración de cuentos,
su visión crítica de la sociedad. Además de este encuentro
con sus reflexiones, los invitamos a disfrutar de los magníficos
fulgores de su arte que se manifiestan en films memorables
como Crónica de un niño solo, El dependiente,
Nazareno Cruz y el Lobo, Juan Moreira y su último fuego
de creación: Gatica ¨el Mono¨.
E.I:
Veo en tu biblioteca bastantes libros de religión, ¿lo religioso
es algo
fundamental para vos?
L.F: Es importante para el hombre estar inmerso en la religiosidad porque eso le evita caer en el error de la autosuficiencia. Por eso no me gustan los hombres autosuficientes como los ejecutivos. Por ejemplo, a través de lo religioso, el hombre tiene algo ante lo que inclinarse, algo en lo que protegerse, y además eso le hace estar comunicado con una tradición procedente desde los ancestros, de eso que viene de mi abuelita, de mi abuelito. Todo eso me gusta mucho, es algo que me hace bien al alma, sobre todo la teología de barrio.
E.I.: ¿Qué tipo de recuerdos tenés a propósito de experiencias
religiosas?
L.F.: Una vez estaba con el Padre Mujica. Vio que yo tenía colgado un rosario; se empezó a reír y me dijo: “Vos te creés que Dios es estúpido, que la cuestión es decirle a cada rato un Padre Nuestro, un Ave María.” Lo que me quería decir en realidad es que eso no es lo importante. Lo importante es darse cuenta que Dios es un tipo muy tierno y que al repetir el Ave María, por ejemplo, nos estamos pasando la posta de algo que nos hace bien al alma y que, por acumulación, nos tiene que hacer bien a todos. Cuando yo vivía en Mendoza después del ‘76, en el ‘80, más o menos, estaba con Carolita. A ella le gusta incendiar las cocinas con velas y recibir a un grupo de gente que rezaba casa por casa. A mí me encantaba escuchar ese murmullo del rezo que sucedía en la cocina.
E.I.: Antes mencionaste algo que me parece fundamental:
vivenciar la verdadera religiosidad como algo que nos hace
sentir que el hombre no es lo único importante en el universo.
L.F.: Efectivamente, gracias a Dios el hombre
no es lo único, ni tampoco la piedra es lo único, porque
eso sería pavoroso. Creo que nada es lo único: ni la piedra,
ni la lagartija, ni nada. Cada vez que indago más en todo
esto, cada vez que por ejemplo pienso más en el fenómeno
de la vida (por ejemplo a través de mi afición por los documentales
sobre la naturaleza porque soy un apasionado de la vida
de los microbios, de los coleópteros, de las plantas), me
voy dando cada vez más cuenta de hasta qué punto todo es
uno; y de hasta qué punto tenía razón San Francisco de Asís
cuando decía hermano sol, hermano luna, hermano planta,
hermano perro. Les puedo asegurar que esas plantitas que
compré (y que tengo ahí porque por error me dijeron que
eran de invernadero cuando no lo son), si las saco
al sol, reviven y si les doy agua reviven más y hasta tienen
inteligencia. A algunas semillas, por ejemplo, le crecen
alas; se desprenden del árbol y van girando en el aire.
Se pueden observar en muchos árboles que en las semillas
hay dos alas. Eso las hace girar como helicópteros, para
que de esa manera la semilla pueda ir más lejos porque si
cayera al pie del árbol no podría crecer por la sombra de
las ramas. Algunas flores se camuflan de coleópteros para
que el coleóptero venga a ella, tome el polem y la traslade.
Todos estos son ejemplos para recordamos la existencia de
un ser superior, de una inteligencia que hace una totalidad.
E.I.:
¿Y no pensás que tal vez cierto modo de sentir al arte no
sea una manera de expresar una sensibilidad religiosa?
L.F.: No sé si sería una forma de expresar una religión. Pienso que la religión está involucrada en el arte que uno expresa. Yo, por ejemplo, no me puedo despojar de lo que soy. Yo no soy un director peronista, pero soy un peronista que hago cine y eso en algún momento se nota. En ningún momento yo planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía. En cambio, yo sé que aquello que hace a mi manera de sentir y de pensar, aquello que está en mis genes, va a aflorar en algún momento determinado a través de la estética. Y sé que también va a aflorar la religiosidad, los símbolos,
la forma de ver a la gente con el sentido solidario, con la reverencia a la fe de los demás hacia la Madre María, o con el respeto hacia el misterio que surge del estar involucrado con el cristianismo en profundidad.
Hay mucho misterio. Por ejemplo, el hecho de que estemos aquí amalgamando palabras es un misterio.
E.I.: Me da la impresión de que muchas veces el aferrarse
a los dogmas ya sea de cuño eclesiástico o político puede
ser en algunos casos una manera de protegerse de ese misterio
que nos envuelve continuamente. A muchos les puede producir
pánico y desubicación el sentir que están en un mundo misterioso
que no pueden comprender, que no pueden controlar.
L.F.: Lo lindo es sentir la seducción del continuo misterio. Cuando querés aprisionar eso misterioso, es cuando perdés. Es como el juego del malabar, del mago, cuando más mirás menos ves. A eso misterioso es algo a lo que tenés que entregarte, porque te tenés que entregar. Es decir:
es como si una gota inmersa en medio del océano, en el centro del océano, pretendiese comprender el océano. ¿Cómo hace la gota para concebir el
oceáno? No puede. ¿Como hacemos nosotros para concebir a Dios? Eso es
imposible.
E.I: ¿Pero
el arte no será una forma de acercarse algo a lo inconmensurable del oceáno,
de Dios?
L.F: No; el arte es sólo un pequeño divertimento un poco más sano que algunas profesiones. Pretender que
nosotros o que algún oficio en particular se pueda acercar a Dios es demasiado; es como que una hormiga
quisiera comparar su cerebro al de Einstein.
E:I:
Pero pensemos el tema de la inspiración artística en una
sensibilidad religiosa. ¿El momento del estar inspirado
no sería un modo como eso otro, lo misterioso, lo divino
cristiano, mahometano o lo que fuera, accede al artista
para conducir su mano?
L.F: Es un poco así. Muchas cosas afloran solas,
como por ejemplo el modo de angulación de una cámara, el
cómo “marcás” a un actor, el trato con los colaboradores,
el respeto por los demás.
E.I: El que todo eso surja sólo tiene que ver con
muchas cosas que se realizan de manera no premeditada. Desde
esta perspectiva, supongo te debe incomodar las preguntas
de ciertos críticos de cine que le quieren encontrar siempre
un motivo o un simbolismo a la concepción de cada imagen.
L.F: Mi cine no es un cine de simbolismo. Creo que el cine que hago es muy claro; es lo que
está en la pantalla.
E.I: En
el caso de Torres Nilsson, de ese otro importante director
de cine argentino, por el que siempre sentiste tanta admiración,
¿qué es lo que él te enseñó?
LF: El me enseñó algo muy, muy importante: el no tenerle miedo a la irreverencia. Por ejemplo, en “Nazareno
Cruz y el Lobo”, usé, cambiada, la letra del Rigoletto. Y no sólo eso sino que, además, le bajé medio tono
porque no me daban los tenores. Hice uso de la irreverencia.
Muchos se escandalizaron y se agarraron la cabeza. “Vos sos un loco”, me decían; “vaya novedad”,
pensaba yo.
E.I:
Ese uso de la irreverencia es el que también hacés en
“Gatica” cuando en unas escenas de combate, en cámara lenta,
entre Gatica y Cordero Pascual, creo, le ponés como música
de fondo coros gregorianos.
LF: Así es. Pero no se trata de lo irreverente por lo irreverente mismo. De lo que se trata es de usar todos los elementos posibles para obtener el objetivo buscado. Todo es válido para obtener el objetivo de la emoción, de la alegría, para cumplir con la meta de un narrador de cuentos. Yo soy un narrador de cuentos. Cuando estaba viviendo en México, en
un pueblito que era muy pequeñito en esa época, les contaba cuentos a mis sobrinos. En el momento de relatar el cuento agarraba una vela y me la iba acercando a la cara,
después la iba bajando hasta que, finalmente, la luz me iluminaba desde abajo y todo eso les daba mucho
miedo. Pero todo eso era válido para darle fuerza al relato del cuento. Y, al fin de cuentas, todos somos como niños
que jugamos a distintas cosas.
E.I.:
Por acá he visto un retrato de Borges en un estante con
libros. ¿Cómo es tu relación con la literatura?
LF.: Yo no leo, sino que releo. A Borges lo debo haber
releído mil millones de veces. Cada vez que me voy de viaje,
lo pongo en la valija. Ya me estoy doctorando en Borges.
E.I:
¿Qué otras cosas leés?
LF:
La Biblia me apasiona. Por ejemplo el Génesis que tiene
un vuelo poético maravilloso, el Eclesiastés, y el Nuevo
Testamento. Me atrae también todo lo que tenga que ver con
la religiosidad y los cuentos infantiles también.
E.I:
Tratando de enfrentar la crisis más allá de nuestro país,
tratando de pensar la crisis del hombre en esta era del
consumismo y el materialismo extremos, en la era del debilitamiento
de los valores, ¿cómo entrever, aunque fuera en una instancia
puramente teórica alguna salida de este callejón oscuro?
LF.: La solución sería incendiar los medios de comunicación.
Así, todo estaría solucionado. Por la televisión, que se
mete en nuestros hogares y nos ametralla, ni siquiera le
miramos la cara a nuestra mujer o a nuestros hijos. Los
medios nos pretenden informar de todo, pero en realidad
nos mal informan de todo; sólo nos dicen lo que se les da
la gana, o nos ofrecen un prototipo de vida, un estilo de
vida, donde el triunfador es el más bonito, el más seductor.
Los informativos son siniestros. Dirigidos, en fin por hombres
que no están en la crisis; dirigidos por los monopolios,
por las bancas, que al hombre lo están perturbando, envenenando.
E.I.:
Si por un momento nos pusiéramos en apocalípticos y pensáramos
en el poder descomunal que tienen precisamente los medios
de comunicación sobre las sociedades en general y además
sobre los jóvenes en particular, al buscar estupidizarlos
y acoplarlos dócilmente a la industria del consumo,
frente a esta perspectiva, tener una visión esperanzada
respecto a una resolución positiva de la crisis del hombre,
¿no supone un tipo de creencia cercana a la fe religiosa
más que a un análisis racional?
LF: Sí; es un poco como vos decís. Pero si bien la fe religiosa es de una gran importancia, no podemos olvidarnos de la esperanza en el cambio a través del terreno
político. La política es el instrumento que nos ha sido dado para conducir a los pueblos hacia su crecimiento.
E.I:
¿Admirás en especial a algún hombre, a algún argentino en
especial?
LF.:
Yo no admiro, yo amo. Es decir: a mí no me admira nada,
lo único que me admira es la creación. Yo no soy devoto
de nadie, sólo soy devoto de Cristo. Te puedo hablar sí
de mis afectos. Yo amo a Perón por lo que me dio en mi niñez,
en mi formación, por lo que me dio doctrinariamente. Lo
amo a Borges por lo que me da con sus poesías. Lo amo a
Torres Nilsson porque me enseñó a ser irreverente, a querer
al cine.
E.I.:
¿Cómo sentís la posibilidad de trascendencia de tu arte
hacia el futuro?
L.F.: El impacto de mi obra pasa como la fugacidad de un
periódico. Sirve para los estudiantes, para la gente que
ama el cine pero no para modificar la historia. A la historia
no la modifican los artistas que hacen este tipo de arte
como el mío; a la historia la modifican los artistas que
hacen la política. No hay mayor obra de arte que la de intentar
la felicidad de tus iguales.
E.I.:
¿Esto es una manera de sentir los límites del arte y de
tu arte?
L.F.: Es una manera de no sentir que tu obra es el ombligo del mundo. Ahí, por ejemplo tengo un archivo de papeles con un montón de
premios y distinciones. Todo eso es algo que sólo sirve para recibir el afecto de la gente, de un grupo de seres
humanos que te quiso en un momento determinado, porque no va más allá de eso la trascendencia de tu trabajo.
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