Procuremos
examinar a nuestra vez esta famosa concepción de
la belleza artística.
Desde
el punto de vista subjetivo, lo que llamamos
belleza es incontestablemente todo lo que nos
produce un placer de determinada especie.
Mirándolo desde el punto de vista objetivo, damos
el nombre de belleza a cierta perfección; pero
claro es que lo hacemos porque esa perfección
nos produce cierto placer, de modo que nuestra
definición objetiva no es más que una nueva
forma de la definición subjetiva. En realidad,
toda noción de belleza se reduce para nosotros a
la recepción de determinada dosis de placer.
Teniendo
esto en cuenta, sería natural que la estética
renunciara a la definición del arte fundado sobre
la belleza, y que buscara otro más general,
pudiendo aplicarse a todas las producciones
artísticas y permitiendo distinguir lo que
depende o no del dominio de las artes. Pero
ninguna definición parecida se ha formado aún,
conforme puede haber visto el lector. Todas las
tentativas hechas para definir la belleza
absoluta, o no definen nada o sólo definen
algunos rasgos de ciertas producciones
artísticas, y no se extienden a todo cuanto se
considera y se ha considerado como formando parte
del dominio artístico.
No
hay una sola definición objetiva de la belleza.
Las que existen, así metafísicas como
experimentales, llegan todas a la misma
definición subjetiva, que quiere que el arte sea
lo que exterioriza la belleza, y que ésta sea lo
que gusta, sin excitar el deseo. Muchos
tratadistas de estética comprenden la
insuficiencia de tal definición, y para darle una
base sólida, han estudiado los orígenes del
placer artístico. Han convertido así la
cuestión de la belleza en cuestión de gusto.
Pero esto les resulta tan fácil de definir como
la belleza, pues no hay ni puede haber
explicación completa y seria de lo que hace que
una cosa guste a un hombre y disguste a otro, o
viceversa. De esta
manera
la estética, desde su fundación hasta nuestros
días, no ha conseguido definir las cualidades y
las leyes del arte, ni lo bello, ni la naturaleza
del gusto. Toda la famosa ciencia estética
consiste en reconocer como artísticas algunas
obras por la sencilla razón de que
nos gustan, y en combinar luego toda una teoría
de arte que pueda adaptarse a todas esas obras. Se
da por bueno un canon de arte, según el cual se
reputan obras artísticas aquellas que tienen la
dicha de gustar a ciertas clases sociales, las de
Fidias, Rafael, Ticiano, Bach, Beethoven,
Sófocles, Homero, Dante, Shakespeare, Goethe,
etc.; y a consecuencia de ello, las leyes de la
estética deben componérselas de tal modo, que
abarquen la totalidad de esas obras.
Arriba,
en presentación, Tolstoi en un sello
postal del correo ruso; arriba, derecha,
Tolstoi monta a caballo en los campos de
Rusia. |
Un
tratadista alemán de estética, de quien leí
hace poco un libro, Fólgeldt, discutiendo los
problemas del arte y de moral, afirmaba que era
locura querer buscar moral en el arte. ¿Sabéis
en que fundaba su argumentación? En que si el
arte debía ser moral, ni Romeo y Julieta de
Shakespeare, ni el Wilhelm Meister de Goethe,
serían obras de arte; y no pudiendo dejar de ser
esos libros obras de arte, toda la teoría de la
moralidad en el arte se derrumbaba. Fólgeldt
buscaba una definición de arte que pudiera
comprender esas dos obras y esto lo conducía a
proponer, como fundamento del arte, la
"significación".
Sobre
este plan están edificadas todas las estéticas
existentes. En vez de dar una definición del arte
verdadero y decidir luego lo que es o no es buen
arte, se citan a priori, como obras de arte,
cierto número de obras que, por determinadas
razones, gustan a una parte del público, y
después se inventa una definición de arte que
pueda comprender todas estas obras. Así el
estético alemán Múther, en su "Historia
del arte del siglo XIX", no sólo no condena
las tendencias de los prerrafaelistas, decadentes
y simbolistas, sino que trabaja para ensanchar su
definición de arte, de modo que pueda comprender
están nuevas tendencias. Sea cual fuera la nueva
insania que aparezca en el arte, en cuento la
adoptan las clases superiores de nuestra sociedad,
se inventa una teoría para explicarla y
sancionarla, como si nunca algunos grupos sociales
hubieran tomado por arte verdadero lo que era arte
falso, deforme, vacío de sentido, y que no dejo
huellas ni discípulos en pos de sí.
La
teoría del arte fundado sobre la belleza, tal
como nos la expone la estética, no es, en suma,
otra cosa que la inclusión en la categoría de
cosas "buenas" de una cosa que nos
agradó o nos agrada aún.
Para
definir una forma particular de la actividad
humana, precisa antes de comprender el sentido y
el alcance de ella. Para conseguirlo, es necesario
examinar tal actividad en sí misma, luego en sus
relaciones con sus causas y efectos, y no sólo
desde el punto de vista del placer personal que
pueda hacernos sentir.
Si
decimos que el fin de cierta forma de actividad
consiste en nuestro placer y definimos esta
actividad por el placer que nos proporciona, tal
definición será forzosamente inexacta. Esto es
lo que ha ocurrido cada vez que se trató de
definir el arte. Por lo que hace a la
alimentación, a nadie se le ocurriría afirmar
que su importancia se mide por la suma de placer
que nos procura. Todos comprendemos y estimamos
que no puede admitirse eso, y que no tenemos, por
lo tanto, el derecho de decir que la pimienta de la
Guayana, el queso de Límberg, el alcohol, etc., a
los que estamos acostumbrados, y que nos gustan,
forman la mejor de las alimentaciones.
Así
ocurre con el arte. La belleza, o lo que nos gusta, no puede servirnos de base para una
definición del arte, ni los muchos objetos que
nos producen placer han de considerarse como
modelo de lo que debe ser el arte. Buscar el
objeto y el fin del arte en el placer que nos
producen, es imaginar, como los salvajes, que el
objeto
y el fin de la alimentación están en el placer que nos
producen.
El
placer en ambos casos sólo es un elemento
accesorio. Así como no se llega a conocer el
verdadero objeto de la alimentación, que es el
mantenimiento del cuerpo, si no se deja de buscar
ese objeto en el placer de la comida, de igual
modo no se comprende la verdadera significación
del arte hasta que se deja de buscar su objeto en
la belleza, es decir, en el placer. Y así como
averiguar como un hombre prefiere los frutos y
otro la carne, no nos ayuda a descubrir lo que es
útil y esencial en la alimentación, tampoco el
estudio de las cuestiones de gusto en el arte, no
sólo no nos hace comprender la forma particular de
la actividad humana que llamamos arte, sino que
nos hace, por lo contrario, de todo punto
imposible dicha comprensión.
Arriba,
izquierda, caricatura de Tolstoi; abajo,
izquierda, pintura que recreada los días
de Tolstoi durante el asedio de Sebastopol,
en la guerra de Crimea. |
A
la pregunta: ¿Qué es el arte? Hemos dado
contestaciones múltiples, sacadas de diversas
obras de estética. Todas estas contestaciones o
casi todas, que se contradicen en los demás
puntos, están de acuerdo para proclamar que el
fin del arte es la belleza, que ésta se conoce
por el placer que produce, y que el placer, a su
vez, es una cosa importante por el solo hecho de
ser un placer. Resulta de esto que las
innumerables definiciones del arte no son tales
definiciones, sino simples tentativas para
justificar el arte existente. Por extraño que
pueda parecer, a pesar de las montañas de libros
escritos acerca del arte, no se ha dado de éste
ninguna definición verdadera. Estriba la razón
de esto en que siempre se ha fundado la
concepción del arte sobre la de la belleza.
Cometido del
arte
¿Qué
es pues, el arte, considerado fuera de esa
concepción de la belleza que sólo sirve para
embrollar inútilmente el problema? Las únicas
definiciones del arte que intentan liberarse de la
concepción de la belleza
son las siguientes: 1) según Schiller, Darwin y
Spencer, el arte es una actividad que tienen los
animales y que resulta del instinto sexual y de
los juegos; 2) según Varón, el arte es la
manifestación externa de emociones internas,
producida por medio de líneas, de colores, de
movimientos, de sonidos o de palabras; 3) según
Sully, el arte es la producción de un objeto
permanente o de una acción pasajera, propias para
procurar a su productor un goce activo y hacer
nacer una impresión agradable en cierto número
de espectadores o de oyentes, dejando aparte toda
consideración de utilidad práctica.
Aunque
superiores a las definiciones metafísicas que
fundan el arte sobre la belleza, estas tres
definiciones tampoco son exactas.
La
primera es inexacta porque, en vez de ocuparse de
la actividad artística propiamente dicha, sólo
trata de los orígenes de esta actividad.
(...)
La
definición de Varón, según la cual el arte
expresa las emociones, es inexacta, porque un
hombre puede expresar sus emociones por medios de
líneas, de sonidos, de colores o de palabras, sin
que su expresión obre sobre otros; y en tal caso,
no sería nunca una expresión artística.
La
de Sully es inexacta porque se extiende desde los
ejercicios acrobáticos del arte, mientras hay, por
lo contrario, productos que pueden ser arte sin
dar sensaciones agradables a su productor ni al
público: así ocurre con las escenas patéticas o
dolorosas de un poema o de un drama.
La
inexactitud de todas estas afirmaciones proceden de
que todas, sin excepción, lo mismo que las
metafísicas, cuidan sólo del placer que el arte
pueda producir, y no del papel que puede y debe
desempeñar en la vida del hombre y de la
humanidad.
Para
dar una definición correcta del arte es pues
necesario, ante todo, cesar de ver en él un
material de placer, y considerarle como una de las
condiciones de la vida humana. Si se considera así,
se advierte que el arte es uno de los medios de
comunicación entre los hombres.
Toda
obra de arte pone en relación al hombre a quien
se dirige con el que la produjo, y con todos los
hombres que simultánea, anterior o
posteriormente, reciben la impresión de ella. La
palabra que trasmite los pensamientos de los
hombres es un lazo de unión entre ellos; lo
mismo le ocurre al arte. Lo que lo distingue de la
palabra es que ésta sirve al hombre para
transmitir a otros sus pensamientos, mientras que,
por medio del arte, sólo le trasmite sus
sentimientos y emociones. La transmisión se opera
del modo siguiente:
Un
hombre cualquiera es capaz de experimentar todos
los sentimientos humanos, aunque no sea capaz de
expresarlos todos. Pero basta que otro hombre los
exprese ante él para que enseguida los examine él mismo, aún cuando no los haya experimentado
jamás.
Para
tomar el ejemplo más sencillo, si un hombre ríe,
el hombre que le escucha reír se siente alegre;
si un hombre llora, el que le ve llorar se
entristece. Si un hombre se irrita o excita, otro
hombre, el que le ve, cae en un estado análogo.
Por sus movimientos o por el sonido de su voz
expresa un hombre su valor, su resignación, su
tristeza, y estos sentimientos se transmiten a los
que le ven y le oyen. Un hombre expresa sus
padecimientos por medio de suspiros y sonidos y su
dolor se trasmite a los que le escuchan. Lo propio
ocurre con otros mil sentimientos.
Sobre
esta actitud del hombre de experimentar los
sentimientos que experimenta el otro, está
fundada la forma de actividad que se llama arte.
Pero el arte propiamente dicho no empieza hasta
que experimenta una emoción y quiere comunicarla
a otros, y recurre para ello a signos exteriores.
Tomemos un ejemplo bien sencillo. Un niño ha
tenido miedo al encontrase con un lobo y explica
su encuentro; y para evocar a sus oyentes la
emoción que ha experimentado les describe los
objetos que le rodean: la selva, el estado de
descuido en que se halla su espíritu, luego la
aparición del lobo, sus movimientos, la distancia
que les separa, etc. Todo esto es arte si el
niño, contando su aventura, pasa de nuevo por los
sentimiento que experimentó, y si sus oyentes,
subyugados por el sonido de su voz, sus ademanes y
sus imágenes, experimentan sensación análoga.
Hasta si el niño no ha visto jamás al lobo,
pero tiene miedo de encontrarlo, y deseando
comunicar a otros el miedo que ha sentido, inventa
el encuentro con un lobo, y lo cuenta de modo que
comunique el miedo que sintió, todo esto será
también arte. Arte hay en un hombre, si habiendo
experimentado miedo o deseo, en realidad o
imaginariamente, expone sus sentimientos en la
tela o en el mármol, de modo que hace que otros
experimenten esos sentimientos. Arte hay si un hombre
luego de sentir o creer sentir alegrías, tristeza, desesperación, valor o
abatimiento...expresa todo eso por medio de sonidos que
permitan a otros sentir lo que él sintió.
Los
sentimientos que el artista comunica a otros
pueden ser de distinta especie, fuertes o
débiles, importantes o insignificantes, buenos o
malos; pueden ser de patriotismo, de resignación,
de piedad; pueden expresarse por medio de un
drama, de una novela, de una pintura, de un baile,
de un paisaje, de una fábula. Toda obra que los
exprese así, es obra de arte.
Desde
que los espectadores o los oyentes experimentan
los sentimientos que el autor expresa, hay obra de
arte.
Evocar
en sí mismo un sentimiento experimentado y
comunicado a otros por medio de líneas, colores,
imágenes verbales, tal es el objeto propio del
arte. Esta es una forma de la actividad humana
que consiste en trasmitir a otro los sentimientos
de un hombre, consiente y voluntariamente por
medio de ciertos signos exteriores. Los
metafísicos se engañan viendo en el arte la
manifestación de una idea misteriosa de la
Belleza o de Dios; el arte tampoco es, como
pretenden los tratadistas de estética
fisiólogos, un juego en el que el hombre gasta su
exceso de energía; tampoco es la expresión de
las emociones humanas por signos exteriores; no es
tampoco una producción de objetos agradables;
menos aún es un placer: es un medio de
fraternidad entre los hombres que les une en un
mismo sentimiento y, por lo tanto, es
indispensable para la vida de la humanidad y para
su progreso en el camino de la dicha.
Así
como merced a nuestra facultad de expresar los
pensamientos por palabras, cada hombre puede saber
lo que antes a él le ocurrió en el dominio del
pensamiento, y puede también en el tiempo
participar de la actividad de los otros hombres y
trasmitir a sus contemporáneos y descendientes
los pensamientos que recogió y los que él mismo
ha producido, así también, merced a nuestra
facultad de poder trasmitir nuestros sentimientos
a los demás por medio del arte, todos los
sentimientos experimentados junto a nosotros
pueden sernos asequibles, así como los
sentimientos experimentados cien años antes de
nosotros.
Si
no tuviéramos la capacidad de conocer los
pensamientos concebidos por los hombres que nos
precedieron y de trasmitir a otros nuestros
propios pensamientos, seríamos como animales
salvajes o como Gaspar Hauser, el huérfano de
Nuremberga, que, criado en la soledad, tenía a
los diez y seis años la inteligencia de un niño.
Si no tuviéramos la capacidad de conmovernos con
los sentimientos ajenos por medio del arte,
seríamos casi más salvajes aún, estaríamos
separados uno de otro, nos mostraríamos hostiles
a nuestros semejantes. De ahí resulta que el arte
es una cosa de las más importante, tan importante como el mismo lenguaje.
Izquierda,
en imagen para ampliar, un icono de Andrei
Rublev, gran pintor religioso ruso del siglo
XlV. Lo mismo que para su compatriota
Tolstoi, para Rublev el arte es
comunicación de sentimientos trascendentes. |
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Se
nos ha acostumbrado a no comprender bajo el nombre
de arte más que lo que oímos y vemos en teatros,
conciertos y exposiciones, o lo que leemos en los
poemas y novelas. Pero esto no es más que una
parte ínfima del arte verdadero, por medio del
cual trasmitimos a otros nuestra vida interna, o
recogemos la vida interna de otros. Toda la
existencia humana está llena de obras de arte,
desde las canciones que se cantan a los niños
para dormirlos, hasta las ceremonias religiosas y
públicas. Todo es igualmente arte.
Así
como la palabra no obra solamente sobre nosotros
en los discursos y los libros, sino también en
las conversaciones familiares, así también el
arte en el amplio sentido de la palabra impregna
nuestra vida eterna, y lo que se llama arte en
sentido restringido está lejos de ser el conjunto
del arte verdadero.
Durante
largos siglos, la humanidad sólo se fijó en una
porción de esa enorme y diversa actividad
artística: en la porción de obras de arte que
tenían por objeto la transmisión del sentimiento
religioso. Los hombres negaron importancia a todas
las formas de arte que no eran religiosas, a las
canciones, a los bailes, cuentos de hadas, etc.; y
únicamente por azar los grandes maestros de la
humanidad censuraron ciertas manifestaciones de
este arte profano, cuando se les antojaban
opuestas a las concepciones religiosas de su
tiempo.
Así
los sabios antiguos, Sócrates, Platón,
Aristóteles, entendieron el arte, y así lo
entendieron los profetas hebreos y los primeros
cristianos, así lo entendieron todavía los
islamitas, así lo entiende el pueblo en
nuestras campiñas rusas. Recuérdese que maestros
de la humanidad, Platón por ejemplo, y naciones
enteras como los mahometanos y budistas han negado
a las artes el derecho de existir.
Sin
duda esos hombres y esas naciones tenían culpa
condenando a las artes, que era querer suprimir
una cosa que no puede suprimirse, uno de los
medios de comunicación más indispensables entre
los hombres. Su error era, sin embargo, menor que
el que cometen ahora los europeos civilizados
favoreciendo las artes con tal que produzcan la
belleza, es decir, con tal que procuren placer.
Antes se temía que entre las diversas obras de
arte hubiera algunas que pudiesen corromper a los
hombres, y por impedir su acción deletérea se
condenaba al arte; pero hoy el temor de privarse
de un placer nimio basta para hacernos favorecer
todas las artes, a riesgo de admitir algunas
extremadamente peligrosas. Error mucho más
grosero que el otro y que produce consecuencias
mucho más desastrosas. (*)
(*)
Fuente: León Tolstoi, ¿Qué
es el arte?, antigua edición perteneciente a
una colección privada que se halla actualmente en
la Biblioteca del Maestro de la Ciudad de Buenos
Aires. |
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