LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN
Por Aldous
Huxley
Aldous
Huxley (1894-1963)
|
Presentación
1.
La percepción y la Inteligencia Libre
2.
La visión artística en lo cotidiano
3.
Pintura
y vacío
4.
Más allá del mundo verbal
PRESENTACION
Aldous Huxley
se atrevió a explorar la realidad que a diario no percibimos. En
lo que llamamos nuestra vida cotidiana las cosas y seres, y el
espacio mismo, laten con colores y formas intensas. Aun en el más
minúsculo milímetro de materia danzan los árboles de bosques
desconocidos y fantásticos.
A principios de los años 50', Huxley se entregó a la
experimentación con la mescalina, un alcaloide psicoactivo del
peyote. El nuevo paisaje perceptivo que amaneció en su mirada lo intentó
recrear luego en su trascendental obra Las puertas de la
percepción. Huxley inició mucho antes el camino en pos de la
realidad que es y nos rodea. A través de la imaginación
literaria, en los años 30', escribió la célebre novela Un
mundo feliz en la que la droga denominada soma es virtualmente
el personaje crucial de la obra. En aquel entonces, Huxley
sospechaba que la farmacología se acercaba a la elaboración de
una sustancia que liberaría al hombre de sus miedos. Pero, a la
vez, presentía que el Estado se opondría a la sustancia
emancipadora para reemplazarla por un "encefalograma
plano", capaz de perfeccionar el control estatal y universal
sobre la individual y particular. Esta hipótesis aflora en Un
mundo feliz, obra cercana en sus visiones futuristas de
hipercontrol social a 1984 de Orwell (que luego inspirará
el famoso film Brazil).
Las preocupaciones por la vida religiosa y por el estado de
conciencia místico le inspiraron a Huxley la laboriosa escritura
de La filosofía perenne. Aquí, el escritor británico
reunió vastas fuentes de diversas religiones que hablan de las
palpitaciones arquetípicas de la experiencia religiosa, como ser
el silencio, la oración, la relación entre lo infinito y lo
finito, o lo uno y lo múltiple.
En su última obra, Isla, su pluma talló una atmósfera
cultural apabullada por la neurosis de la guerra. Sólo una
aislada minoría que vive en una Isla cultiva una sabiduría
trascendental. Los miembros de esta población singular
practicaban la costumbre de ingerir unas setas durante la
experiencia de la muerte. Según Huxley, en el instante del
tránsito al otro lado, el ser humano debe hallarse especialmente
lúcido. Fiel a esta prédica, llegado el tiempo de su propio
salto al trasmundo, Huxley le pidió a su esposa que le
suministrara 100 mcg de LSD.
En Las puertas de la percepción, Huxley expandió su poder
sensitivo ante la rica creatividad del mundo que, silenciosamente,
nos acompaña. Fuente inspiradora esencial de su travesía
exploratoria fue William Blake, el visionario poeta y grabador
inglés del siglo XVIII. El nombre del escrito vivencial de Huxley
procede de un conocido verso de Blake perteneciente a Las bodas
del cielo y el infierno: "Y cuando las puertas de la
percepción se abran, entonces veremos la realidad tal cual es:
infinita". Tras abrir estas puertas, Huxley meditó en la
experiencia visionaria y en el arte creador como una fuerza que
nos restituye la urdimbre iridiscente y polimorfa de la realidad
que nos abraza. El viaje que la inteligencia sensitiva de Huxley
trazó en Las puertas de la percepción ejerció una fuerte
influencia en el movimiento contracultural de los años 60, en la
generación Beatnik de Keoruac y Allen Ginsberg, y en el interés
por explorar los estados alterados de conciencia.
En este momento de Textos Olvidados de Temakel me es muy grato
presentarles una selección de lo que estimo son los momentos más
cruciales de Las puertas de la percepción. Esta selección
la dividimos en cuatro sustantivos fragmentos cuyos títulos nacen
de sus temáticas específicas y no pertenecen al ordenamiento
original de la obra. En el primer fragmento, "La percepción
y la Inteligencia Libre", Huxley reconstruye su nueva
percepción de lo cotidiano bajo el efecto de la mescalina.
Acontece entonces la transfiguración de lo habitual que, así,
manifiesta pliegues más profundos y complejos de vitalidad. En
"La visión artística de lo cotidiano" se expone la
recuperación de las cosas como irradiación de Eternidad y el
mundo otro que revela un autorretato de Cézanne más allá de su
propia condición de pintura; en "Pintura y vacío" se
reflexiona sobre la pintura de paisajes, en Oriente y Occidente,
como formas de fusión con el espacio; y, en " Más allá del
mundo verbal" Huxley traza una aguda crítica de la tendencia
propia de nuestra cultura a reducir lo real al ámbito de lo
verbal, de lo decible.
La experiencia de Huxley dará nuevos bríos a aquellos que
sospechan o perciben que la realidad es un valle extraño y
enigmático que siempre huye de nuestra estrecha mirada humana.
Esteban
Ierardo
1.
La percepción y la Inteligencia Libre
Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros,
pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos. Los
mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son
crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan
desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola
autotrascendencia, pero es en vano. Por su misma naturaleza, cada
espíritu está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las
sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y
fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de
símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un
fondo común de información sobre experiencia, pero no de las
experiencias mismas. De la familia de la nación, cada grupo
humano es una sociedad de universos islas.
La mayoría de los universos islas tienen las suficientes
semejanza entre sí para permitir la comprensión por inferencia y
hasta la empatía o "dentro del
sentimiento". Así, recordando nuestras propias
aflicciones y humillaciones, podemos condolernos de otros en
análogas circunstancias, podemos ponernos -siempre desde luego un
poco al estilo Pickwick- en su lugar. Pero, en ciertos casos, la comunicación entre
universos es incompleta o hasta inexistente. La inteligencia
es su propio lugar y los lugares habitados por los insanos y los excepcionalmente
dotados son tan diferentes de aquellos en que viven los hombres y
mujeres corrientes que hay poco o ningún terreno común de
memoria que pueda servir de base para la comprensión o la comunidad de sentimientos Se
pronuncian las palabras, pero son las palabras que no ilustran.
Las cosas y los acontecimientos a que los símbolos hacen
referencia pertenecen a campos de experiencia que se excluyen
mutuamente.
Vernos a nosotros mismos como los demás nos ven es un don en extremo
conveniente. Apenas es menos importante la capacidad de ver a los demás como
ellos mismos se ven. Pero ¿qué si los demás pertenecen a una
especie distinta y habitan un universo radicalmente extraño? Por
ejemplo, ¿cómo puede el cuerdo llegar a saber lo que realmente
se siente cuando se está loco? O, a menos que también se haya nacido
visionario, médium o genio musical, ¿cómo podemos visitar
los mundos en los que Blake, Swedenborg o Johann Sebastián Bach se
sentían en su casa? Y ¿cómo puede un hombre que se halla en los
límites extremos
de la ectomorfia y cerebrotonía ponerse en el lugar de otro situado en los
límites de la endomorfia
o viscerotonía o, salvo en ciertas zonas muy circunscriptas, compartir los
sentimientos de quien se encuentra en los límites dc
la mesomorfía o somatotonía? Supongo que estas preguntas carecen
de sentido para el behaviourista sin paliativos, atento
únicamente a los comportamientos. Pero, para quienes
teóricamente creen lo que en la practica saben que es verdad
-concretamente, que hay un interior para la experiencia, lo
mismo que
un exterior-, los problemas planteados son problemas reales, tanto
más graves cuanto que algunos son completamente insolubles y
otros solubles tan sólo en circunstancias excepcionales y por
métodos que no están al alcance de cualquiera. Así, parece
virtualmente indudable que nunca sabré qué se siente cuando se es
un Sir John Falstaff o un Joe Louis. En cambio, siempre me ha parecido que, por ejemplo, mediante la hipnosis o la
autohipnosis,
por medio de una meditación sistemática o también tomando la
droga adecuada, es posible cambiar mi modo ordinario de conciencia
hasta el punto de quedar en condiciones de saber, desde
dentro, de qué hablan el visionario, el médium, y hasta el místico.
Por lo
que había leído sobre las experiencias con la mescalina, estaba
convencido por adelantado de que la droga me haría entrar, al
menos por unas cuantas horas, en la clase de mundo interior descrito por Blake y A. E. Pero
no sucedió lo que yo había
esperado. Yo había esperado quedar tendido con los ojos cerrados,
en contemplación de visiones de geometrías multicolores, de
animadas arquitecturas llenas de gemas y fabulosamente bellas, de
paisajes
con figuras heroicas, de dramas simbólicos, perpetuamente
trémulos en los lindes de la revelación final. Pero no tenía en cuenta, era manifiesto,
los rasgos de mi formación mental, los hechos de mi temperamento, mi
preparación y
mis hábitos.
(...) Media hora después de tomada la droga advertí una lenta danza de luces doradas. Poco después hubo
sinuosas superficies rojas que se hinchaban y expandían desde vibrantes nódulos de energía, unos nódulos
vibrantes, con una vida ordenada, continuamente cambiante. En otro momento, cuando cerré los ojos,
se me reveló un complejo de estructuras grises, dentro del que surgían esferas azuladas que iban adquiriendo
intensa solidez y, una vez completamente surgidas, ascendían sin ruido hasta perderse de vista. Pero en ningún
momento hubo rostros o formas de hombres o animales. No vi
paisajes, ni espacios enormes, ni aparición y metamorfosis mágicas de edificios, ni nada que
se pareciera ni remotamente a un drama o una parábola. El otro mundo al que la mescalina me daba
entrada no era el mundo de las visiones; existía allí mismo,
en lo que podía ver con los ojos abiertos. El gran cambio se producía en el campo objetivo.
Tomé la píldora a las once. Hora y medía después estaba sentado
en mi estudio, con la mirada fija en un florerito de cristal. Este
florero contenía únicamente tres flores: una rosa Bella de Portugal completamente abierta, de un rosado
de concha, pero mostrando en la base de cada pétalo un matiz más cálido
y crema; y, pálida púrpura en el extremo de su tallo roto, la audaz floración
heráldica de un iris. Fortuito y provisional, el ramillete infringía todas las normas del buen gusto tradicional. Aquella misma mañana,
a la hora del desayuno, me había llamado la atención la viva disonancia de los
colores. Pero no se trataba ya de esto. No contemplaba ahora unas flores
dispuestas del modo desusado. Estaba contemplando lo que Adán había contemplado a la
mañana de su creación: el milagro, momento por momento, de la existencia
desnuda.
-¿Es agradable?- preguntó alguien. Durante esta parte del experimento se registraban todas las
conversaciones en un dictáfono y esto me ha permitido refrescar mi
memoria.
-Ni agradable ni desagradable -contesté-. Simplemente, es.
Istigkeit... ¿no era esta la palabra que agradaba a Meister
Eckhart? "Ser-encía". El ser de la filosofía platónica, salvo que Platón parece haber cometido el error y absurdo error de separamos del
devenir e identificarlo con la abstracción matemática de la Idea. El pobre hombre no hubiera podido ver nunca un ramillete
de flores brillando con su propia luz interior... nunca hubiera podido percibir que lo que la rosa, el iris y el clavel
significaban tan intensamente era nada más, y nada menos, que lo que eran, una transitoriedad que era sin embargo
vida eterna, un perpetuo perecimiento que era al mismo tiempo puro Ser, un puñado de particularidades
insignificantes y únicas en las que cabía ver, por una indecible y sin embargo evidente paradoja, la divina fuente de toda
existencia.
Continué en contemplación de las flores y, en su luz viva, creí advertir el equivalente cualitativo de la respiración, pero de una respiración sin
retorno al punto de partida, sin reflujos recurrentes, con sólo un reiterado discurrir de una belleza
a una belleza mayor, de un hondo significado a otro todavía más hondo. Me vinieron a
la mente palabras como Gracia y Transfiguración y esto era, desde
luego, lo que las flores, entre otras cosas, sostenían. Mi vista pasó de
la rosa al clavel y de esta plúmea incandescencia a las suaves volutas de amatista
sentimental que era el iris. La Visión Beatífica, Sat Chit
Anada, Ser-Conocimiento-Bienaventuranza... Por primera vez comprendí, no al nivel de las palabras, no por indicaciones incoadas o a lo lejos,
sino precisa y completamente, a qué hacían referencia estas prodigiosas sílabas. Y luego recordé un pasaje que había leído en uno de los ensayos de Suzuki:
"¿Qué es el Dharma-Cuerpo del Buda?" (El Dharma-Cuerpo del Buda es otro modo de decir Inteligencia,
Identidad, el Vacío, la Divinidad). Quien formula la pregunta es un fervoroso y
perplejo novicio en un monasterio Zen. Y con la rápida incoherencia de uno de los Hermanos Marx, el Maestro contesta: "El seto al fondo del jardín." El novicio, en la incertidumbre,
indaga: "Y el puede que comprende esta verdad ¿qué es, puede
decírmelo?" "Groucho" le da un golpecito en el hombro con el báculo y contesta: "Un león de dorado
pelaje."
Cuando lo leí, no fue para ni más que desatino con algo dentro, vagamente presentido.
Ahora, todo era claro como el día, evidente como Euclides. Desde luego, el Dharma-Cuerpo del Buda era el seto al fondo del jardín. Al mismo
tiempo y de modo no menos evidente, era estas flores y cualquier otra cosa en que Yo
-o mejor dicho, el bienaventurado No-Yo, liberado por un momento de mi asfixiante
abrazo- quisiera fijar mi vista. Los libros, por ejemplo, que cubrían las paredes de mi estudio. Como las flores, brillaban cuando los miraba, con colores más
vivos, con un significado más profundo. Había allí libros rojos corno rubíes, libros esmeralda, libros encuadernados en blanco jade; libros de
ágata, de aguamarina, de amarillo topacio; libros de lapislázuli
de color tan intenso, tan intrínsecamente significativos, que parecían estar a punto
de abandonar los anaqueles para lanzarse más insistentemente a mi
atención.
-¿Qué me dice de las relaciones espaciales? -indagó el investigador, mientras yo miraba a los
libros.
Era difícil la contestación. Verdad era que la perspectiva parecía rara y que se hubiera dicho que las paredes de la habitación no se encontraban ya en ángulos rectos. Pero esto no era lo importante.
Verdaderamente importante era que las relaciones espaciales habían dejado de importar mucho y que
mi mente estaba percibiendo el mundo en términos que
no eran los de las categorías espaciales. En tiempos ordinarios, el ojo se dedica a problemas como:
¿Dónde?, ¿A qué distancia? ¿Cuál es la situación
respecto a tal o cual cosa? En la experiencia de la mescalina, las preguntas implícitas a las que el
ojo responde son de otro orden. El lugar y la distancia dejan de tener mucho interés. La mente
no tiene su percepción en función de la intensidad de la existencia, de
la profundidad del significado, de relaciones dentro de un sistema. Veía los libros, pero no estaba interesado en las posiciones que ocupaban en el
espacio. Lo que advertía, lo que se grababa en mi mente, ya que todos ellos brillaban con una luz viva y que la
gloria era en algunos de ellos más manifiesta que en otros. En relación con esto la posición y las tres
dimensiones quedaban al margen. Ello no significaba, desde luego, la abolición de la categoría de espacio.
Cuando me levanté y caminé pude hacerlo con absoluta normalidad, sin equivocarme en cuanto al paradero de los objetos El
espacio seguía allí. Pero había perdido su predominio. La mente
se interesaba primordialmente no en las medidas y las colocaciones,
sino en el ser y el significado.
Y junto a la indiferencia por el espacio, había una indiferencia igualmente completa por
el tiempo.
-Se diría que hay tiempo de sobra. -Era todo lo que contestaba cuando el investigador
me pedía que le dijera lo que yo sentía a cerca del tiempo.
Había mucho tiempo, pero no importaba saber exactamente cuánto. Hubiera podido, desde luego, recurrir a mi reloj, pero mi
reloj, yo lo sabía, estaba en otro universo. Mi experiencia real había sido, y era todavía, la de una duración
indefinida o, alternativamente, de un perpetuo presente formado por un apocalipsis en continuo
cambio.
El investigador hizo que mi atención pasara de los libros a los muebles. Había en el
centro de la habitación una mesita de máquina de escribir; más allá, desde mi punto de vista, habla
una silla de mimbre y, más allá todavía, una mesa. Los tres muebles formaban un complicado dibujo de horizontales, verticales y diagonales, un dibujo que resultaba más interesante por el hecho mismo de que no era interpretado en función de relaciones espaciales.
Mesita, silla y mesa se unían en una composición que parecía
alguna pintura de Braque o Juan Gris, una naturaleza muerta que, según se advertía, se relacionaba con el mundo
objetivo; pero expresándolo sin profundidad y sin ningún afán de realismo
fotográfico. Yo miraba mis muebles, no como el utilitario que ha de sentarse en sillas y escribir o trabajar en mesas, no como el operador cinematográfico o el observador científico,
sino como el puro esteta que sólo se interesaba en las formas y en sus relaciones con el campo de
la visión o el espacio del cuadrado. Pero, mientras miraba, esta vista puramente estética de cubista fue reemplazada por lo que
sólo se puede describir como "la visión sacramental de la
realidad". Estaba de regreso donde había estado al mirar las flores, de regreso en el mundo donde todo brillaba con la
luz interior y que era infinito en su significado. Las patas de la silla, por ejemplo, ¡Que maravillosamente tubulares eran, que sobrenaturalmente pulidas!. Pasé varios minutos -
¿o fueron siglos?-, no en mera contemplación de estas patas de bambú, sino realmente siendo ellas o, mejor dicho, siendo yo mismo en ellas o, todavía con más precisión -pues "yo" no intervenía en el asunto, como tampoco en cierto modo, "ellas"-, siendo mi No-mismo en él No-Misma que era la
silla.
Al reflexionar sobre mi experiencia, me sentí de acuerdo con el eminente
filósofo de Cambridge Dr. C. D. Broad en que "haríamos bien en
considerar que hasta ahora que el tipo de teoría que Bergson
presentó en relación con la memoria y la percepción de los sentidos".
Según estas ideas la función del cerebro, el sistema nervioso y los
órganos sensoriales es principalmente eliminativa,
no productiva. Cada persona, en cada momento, es capaz de recordar
cuanto le ha sucedido y de percibir cuanto está sucediendo en
cualquier parte del universo. La función del cerebro y del sistema
nervioso es protegernos, impedir que quedemos abrumados y confundidos, por esta masa
de conocimiento en gran parte inútiles y sin importancia, dejando
fuera la mayor parte de lo que de otro modo percibiríamos o recordaríamos en
cualquier momento y admitiendo únicamente la muy reducida y especial selección que tiene probabilidades de sernos
prácticamente útil. Conforme a esta teoría, cada uno de nosotros es
potencialmente Inteligencia Libre. Pero, en la medida en que somos animales, lo que
nos importa es sobrevivir a toda costa. Para que la supervivencia
biológica sea posible, la Inteligencia Libre tiene que ser regulada mediante la válvula
reducidora del cerebro y del sistema nervioso. Lo que sale por el otro
extremo del conducto es un insignificante hilillo de esa clase de conciencia que nos
ayudara a seguir con vida en la superficie de este planeta. Para formular y expresar el contenido de este reducido conocimiento, el hombre ha inventado
e incesantemente elaborado esos sistemas de símbolos y Filosofía
implícitas que denominamos lenguajes. Cada individuo se convierte
enseguida en el beneficiario y la víctima de la tradición lingüística
en la que ha nacido.
Lo que en el lenguaje de la religión se llama "este mundo" es
el universo del conocimiento reducido, petrificado por el lenguaje.
Los diversos "otros mundo" con los que los seres humanos entran de modo errátil en contacto, son otros tantos
elementos de la totalidad del conocimiento pertenecientes a la Inteligencia Libre. La mayoría de las personas
sólo llegan a conocer, la mayor parte del tiempo, lo que pasa por
la válvula reductora y está consagrado como genuinamente real
por el lenguaje del lugar. Sin embargo, ciertas personas parecen
nacidas con una especie de válvula adicional que permite trampear
a la reductora. Hay otras personas que adquieren transitoriamente el mismo poder, sea
espontáneamente sea como resultado de "ejercicios espirituales", de la hipnosis o de las drogas. Gracias a estas válvulas auxiliares permanentes o transitorias discurre, no, desde luego, la percepción de
"cuando está sucediendo en todas las partes del universo -pues la válvula auxiliar no suprime a la reductora que sigue excluyendo el contenido total de la Inteligencia
Libre-, sino algo más -y sobre todo algo diferente del material
utilitario-, cuidadosamente seleccionado, que nuestras estrechas
inteligencias individuales consideran como un cuadro completo, o
por lo menos suficiente, de la realidad. (*)
2. La visión artística en lo cotidiano
El artista
está congénitamente equipado para ver todo el tiempo lo
que los demás vemos únicamente bajo la influencia de la
mescalina. La percepción del artista no esta limitada a lo que es
biológica o socialmente útil....Para el artista y para el que
toma mescalina, los ropajes son jeroglíficos vivos que
representa, de un modo peculiarmente expresivo, el insondable
misterio del puro ser. Más inclusive que la carne, aunque menos
tal vez que aquella flores totalmente
sobrenaturales, los pliegues de mis pantalones grises de fanela
estaban cargados de "ser-encia". No puedo decir
a qué debían esta privilegiada condición. ¿Se debe acaso a que
las formas del ropaje plegado son tan extrañas y dramáticas que
atraen al ojo y, de este modo, imponen a la atención el hecho milagroso
de la pura existencia? ¿Quién sabe? La razón de la experiencia
importa menos que la experiencia misma. Al fijarme en la falda de
Judit, allí en la Droguería Mayor del Mundo, comprendí que
Botticelli, y no solamente Botticelli, sino también muchos
otros, habían contemplado los ropajes con los mismos ojos
transfigurados y transfigurantes que yo había tenido aquella
mañana. Habían visto la Istigikeit, la Totalidad e Infinitud de
la ropa pegada, y habían hecho todo lo posible para expresar esto
en pintura o piedra. Necesariamente, desde luego, sin lograrlo. Porque
la gloria y la maravilla de la pura existencia pertenecen a otro
orden, más allá del poder de expresión que tiene el arte más
alto. Pero yo pude ver claramente en las faldas de Judit lo que
hubiera podido hacer con mis viejos pantalones grises si hubiese
sido un pintor de genio. No gran cosa, Dios lo sabe, en comparación
con la realidad, pero lo bastante para deleitar a generación tras
generación de espectadores, lo bastante para hacerles comprender
un poco por lo menos del verdadero significado de lo que, en
nuestra patética imbecilidad, llamamos "meras cosas" y
desdeñamos en favor de la televisión.
"Es así como deberíamos ver", decía una y otra vez, mientras miraba mis pantalones,
los enjoyados libros de los anaqueles o las patas de mi silla.
"Así es como deberíamos ver; así son realmente las cosas.
" Y, sin embargo, había reparos. Porque si viera siempre así, nunca se querría hacer otra cosa.
Bastaría con mirar, con ser el divino No-mismo de la flor, del
libro, de la silla, del pantalón. Esto sería suficiente. Pero en este caso, ¿qué sería los demás? ¿Qué
de las relaciones humanas? En la grabación de las conversaciones
de aquella mañana, hallo constantemente repetida esta pregunta:
"¿Qué hay acerca de la relaciones humanas?" ¿Cómo se podrían
conciliar esta bienaventuranza sin tiempo de ver como se debería ver con los deberes temporales de
hacer lo que se debería sentir? "Deberíamos ser capaces de ver estos pantalones como infinitamente importantes", dije. Deberíamos... Pero, en la
práctica, esto parecía imposible. Esta participación en la gloria manifiesta de las cosas no dejaba sitio, por
decirlo así, a lo ordinario, a los asuntos necesarios de la existencia humana, y, ante todo, a los asuntos
relacionados con las personas. Porque las personas son ellas mismas
y, en un aspecto por lo menos, yo era ahora un No-mismo, que simultáneamente percibía y era el No-mismo
de las cosas que me rodeaban. Para este No-mismo recién nacido, el comportamiento, la apariencia y la misma idea de
sí mismo habían dejado momentáneamente de existir y, en cuanto a los otros
sí mismos, sus antes semejantes, no parecían realmente desagradables -el
desagrado no era una de las categorías en función de la que estaba pensando-,
sino enormemente ajenos. Obligado por el investigador a analizar y
decir lo que estaba haciendo
-¡cómo ansiaba estar a solas con la Eternidad en una flor, con la Infinitud en las cuatro patas de una silla
y con lo Absoluto en los pliegues de unos pantalones de franela!-,
advertí que estaba eludiendo deliberadamente las miradas de quienes estaban conmigo en la
habitación, tratando deliberadamente de no darme cuenta de sus presencias.
Una de aquellas personas era mi mujer y otra un hombre al que respetaba y tenía mucha simpatía pero ambos pertenecían al mundo del que, por
el momento la mescalina me había liberado, al mundo de los sí mismos, del tiempo, de los juicios morales
y las consideraciones utilitarias al mundo - y era este
aspecto de la vida humana el que quería ante todo olvidar- de la afirmación de
sí mismo, de la presunción de las palabras excesivamente valoradas y de las naciones adoradas
idolátricamente.
En esta frase de la experiencia se me entregó una reproducción en gran tamaño
del conocido autorretrato de Cézanne: la cabeza y los hombros de un hombre con sombrero
de paja, de mejillas coloradas y labios muy rojos, con unas pobladas patillas negras
y unos ojos oscuros de pocos amigos. Es una pintura magnífica pero
yo no la veía ahora como pintura. Porque la cabeza adquirió muy pronto una tercera dimensión y surgió a la vida como un duendecillo que se asomara a la ventana en la página que yo tenía delante. Me eché a reír y, cuando me
preguntaron por qué me reía dije una y otra vez: "¡Que pretensiones!
pero ¿quién se cree que es?" La pregunta no estaba dirigida a
Cézanne en particular, sino a la especie humana en general.
¿Quiénes se creían que eran? (*)
3.
Pintura
y vacío
La mayoría de los imaginativos
se transforman con la mescalina en
visionarios. Algunos de ellos -y son tal vez más numerosos de lo que generalmente se supone- no necesitan transformación:
son visionarios todo el tiempo. La especie mental a la que Blake pertenecía está muy
difundida hasta en las sociedades urbanas-industriales de nuestros días. El
carácter único del poeta-artista no consiste en el hecho -para citar sus
Catálogos Descriptivos - de que veía realmente
"estos maravillosos originales llamados el Querubín en las Sagradas Escrituras". No consiste en el hecho de que "estos
maravillosos originales percibidos en mis visiones eran a veces de cien pies de estatura... todos con un significado
mitológico y recóndito". Consiste únicamente en la capacidad de este hombre para expresar, en palabras,
o de manera algo menos lograda, en línea y color, alguna indicación por lo menos de una
experiencia no extraordinariamente desusada. El visionario sin talento puede
percibir una realidad interior no menos tremenda, hermosa y significativa que el mundo contemplado por Blake, pero carece totalmente de la capacidad de expresar, en
símbolos literarios o plásticos, lo que ha visto. Resulta manifiesto de las
constancias religiosas y de los momentos sobrevivientes de la poesía y las artes plásticas que, en la
mayoría de los tiempo y lugares, los hombres han atribuido más
importancia al paisaje interior que a las experiencias objetivas y han atribuido a lo que
veían con los ojos cerrados una significación espiritualmente más alta que a lo que veían con los ojos abiertos. ¿La razón? La familiaridad engendra el desdén y el cómo
sobrevivir es un problema cuya urgencia va de lo crónicamente tedioso al
auténtico tormento. El mundo exterior es aquello a lo que nos despertamos cada mañana de nuestras vidas, es
el lugar donde, nos guste o no, tenemos que esforzamos por vivir. En el mundo interior no hay en cambio ni trabajo ni monotonía. Lo visitamos únicamente en sueños o en la meditación, y su maravilla es tal que nunca encontramos el mismo
mundo en dos sucesivas ocasiones. ¿Cómo puede extrañar entonces que los seres humanos, en su busca de lo divino, hayan preferido generalmente mirar hacia adentro? Generalmente pero no siempre. En su arte del mismo modo que en su religión, los taoístas y los budistas Zen miraban, más allá de las visiones, al Vacío y, a través
del Vacío, a las diez mil cosas de la realidad objetiva. A causa de su doctrina del Verbo hecho carne, los cristianos hubieran debido
ser capaces, desde el principio, de adoptar una actitud análoga frente al universo que los rodeaba. Pero, como consecuencia de la doctrina del Pecado, les resultaba ortodoxa y comprensible una expresión de total negación del mundo y hasta de su
condenación. "Nada nos debe asombrar en la Naturaleza, con la sola excepción de la Encamación de Cristo." En el siglo XVII, la frase de Lallemant
parecía tener sentido. Hoy, suena a locura.
La elevación de la pintura de paisajes al rango de forma de arte mayor se
produjo en China hace unos mil años, en Japón hace un seiscientos años y en Europa hace unos trescientos. La
creación del Dharma-Cuerpo con el seto fue formada por esos Maestros Zen que unieron el naturalismo
taoísta con el trascendentalismo budista. Fue, por tanto, únicamente en el Lejano Oriente donde
los paisajistas consideraron conscientemente su arte cono religioso. En Occidente, la pintura religiosa
consistía en retratar a santos personajes, en ilustrar textos sagrados. Los paisajistas se consideraban a
sí mismos artistas del siglo. Hoy reconocemos en Seurat a uno de los supremos maestros de lo que podría ser
llamada pintura mística de paisajes. Y sin embargo, este hombre que fue capaz, más efectivamente que
cualquier otro, de expresar lo Uno en los muchos, se indignaba cuando alguien le alababa por la "poesía" de su
trabajo. "Yo me limito a aplicar el Sistema", protestaba. En otros términos, era meramente un
pointilliste y, a sus propios ojos, nada más. Se cuenta una anécdota análoga de John Constable. Hacia el fin
de su vida, Blake conoció a Constable en Hampstead y contempló uno de los boceto del joven artista. A pesar de su desdén por el arte naturista, el anciano visionario advertía algo bueno cuando lo
veía. "Esto no es dibujo; esto es inspiración", exclamó. "Yo he tratado de que sea dibujo",
fue la característica respuesta de Constable. Los dos hombres tenían razón. Era
dibujo, preciso, veraz, y era al mismo tiempo inspiración,
inspiración de un orden tan alto por lo menos como la de Blake. Los
pinos del Heath habían sido vistos verdaderamente como
identificados con el Dharma-Cuerpo. El boceto era una expresión, necesariamente impresionante de lo
que una percepción purificada había revelado a los ojos abiertos
de un eran pintor. De una contemplación según la tradición de Wordsworth y
Whitman, del Dharma-Cuerpo como seto y de visiones, como las de Blake,
"de los originales maravillosos" dentro del espíritu, los
poetas contemporáneos se han retirado a una investigación de lo subconsciente personal
y a una expresión en términos sumamente abstractos no del hecho dado
objetivo, sino de meras nociones científicas y teológicas. Y algo parecido ha sucedido en el campo dc la
pintura. Aquí hemos experimentado un abandono general del paisaje,
la forma artística predominante en el siglo XIX. Este abandono del paisaje no ha sido para pasar a eso otro,
al Dato divino interior a que se han dedicado la mayoría de las escuelas tradicionales
del pasado, al Mundo Arquetípico donde los hombres han hallado siempre las materias primeras
del mito y de la religión. No, ha sido un paso al Dato exterior a lo
subconsciente personal, a un mundo mental más escuálido y más herméticamente cerrado que
inclusive el mundo de la personalidad consciente. ¿Donde había
había visto yo antes estas chucherías de hojalata y materias plásticas? En cualquiera de las galerías que
exponen lo último en arte no representativo. (*)
4.
Más allá del mundo verbal
(...) Ser arrancados de raíz de la percepción ordinaria y ver durante unas horas sin tiempo el mundo exterior e
interior, no como aparece a un animal obsesionado por la supervivencia o a un ser humano
obsesionado por palabras y nociones, sino como es percibido, directa e incondicionalmente, por la
Inteligencia Libre, es un experiencia de inestimable valor para cualquiera y especialmente para el intelectual. Porque el intelectual es por definición el hombre para el
que, según la frase de Goethe, "la palabra es esencialmente fecunda". Es el hombre que entiende que "lo que
percibimos con los ojos nos es extraño como tal y no debe impresionamos mucho". Y
sin embargo, aunque él mismo es un intelectual y uno de los supremos maestros
del lenguaje, Goethe no se muestra siempre de acuerdo con sus propias
valoración de la palabra. En la madurez de su vida, escribió:
"Hablamos demasiado. Deberíamos hablar menos y dibujar más.
A mi, personalmente, me gustaría renunciar totalmente a la
palabra y, como la Naturaleza orgánica, comunicar cuanto tenga que decir por medio
de dibujos. Esa higuera, esa lombriz, ese capullo en el alféizar de mi ventana a la serena espera
de su futuro, son firmas trascendentales. Una persona capaz de descifrar bien su significado podría
dispensarse totalmente de la palabra escrita o hablada. Cuanto más pienso en ello, más me convenzo
de que hay algo inútil, mediocre y hasta -siento la tentación de decirlo- afectado en la palabra. En cambio, ¡cómo Impresiona la gravedad y el silencio de la Naturaleza, cuando se está cara a cara con ella, sin nada que nos
distraiga, ante unas desnudas alturas o la desolación de unos viejos montes!"
No podremos nunca eximirnos dcl lenguaje o de los otros sistemas de
símbolos; porque es gracias a ellos, solamente a ellos, como hemos podido elevamos por encima de los brutos, al nivel de los seres humanos. Pero, así como somos sus beneficiarios, podemos también muy fácilmente convertirnos en sus
víctimas. Debemos aprender a manejar con eficacia las palabras, pero, al mismo tiempo, debemos preservar y, en caso necesario, intensificar nuestra capacidad para mirar al mundo directamente y no a través del medio semiopaco de los
conceptos.
(...) En un mundo donde la educación es
predominantemente verbal, las personas muy cultas encuentran casi
imposible dedicar una seria atención a lo que no sea palabras y
nociones. Siempre hay dinero y doctorados para la culta necedad de
lo que constituye entre los eruditos el problema más importante:
¿Quién influyó en quien para decir tal o cual cosa en tal o
cual ocasión? Hasta en estos tiempos de tecnología se rinde
pleitesía a las Humanidades. En cambio, apenas se hace el menor
caso a las humanidades no verbales, a las artes de percibir
directamente los hechos concretos de nuestra existencia. Es
completamente seguro que hallarán aprobación y ayuda financiera, un catálogo, una
bibliografía, una edición definitiva de un versificador de tercera clase, un estupendo índice que pone fin a todos los índices. Pero si
se trata de averiguar cómo usted y yo, nuestros hijos y nuestros
nietos podemos hacernos más perceptivos, más intensamente conscientes de la realidad interior y exterior, más abiertos al Espíritu, menos
propenso a caer, por nuestros vicios psicológicos, físicamente
enfermos y más capaces de regular nuestro propio sistema nervioso;
si se trata de cualquier forma de educación verbal que sea más fundamental
que la Gimnasia Sueca, ninguna persona respetable ni ninguna universidad
o religión que se respete hará absolutamente nada.
Los verbalistas temen a los no verbales; los racionalistas temen al hecho concreto no racional; los intelectuales entienden
que "lo que percibimos con el ojo (o de cualquier otro modo) nos es extraño como tal y no debe
impresionarnos mucho". Además, este asunto de la educación en las Humanidades no verbales no encaja en ninguno de los casilleros
establecidos. No es religión, ni es neurología, ni es gimnasia, ni es moral, ni es civismo, ni es psicología experimental. Siendo esto así,
el tema, a los efectos académicos y eclesiásticos no existe y puede ser tranquilamente pasado por
alto o dejado, con una sonrisa de superioridad, a quienes son llamados farsantes, curanderos, charlatanes
y aficionados ineptos por los fariseos de la ortodoxia verbal.
Blake escribió con mucha amargura: "Siempre he advertido que los
Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como de los únicos sabios. Hacen esto con una confiada insolencia que brota
del razonamiento sistemático."
El razonamiento sistemático es algo de lo que tal vez no podamos prescindir ni como especie ni
como individuos. Pero tampoco podemos prescindir, si hemos de permanecer sanos, de la percepción
directa de los mundos interior y exterior en los que hemos nacido. Esta realidad es un infinito que está más allá de toda comprensión
y, sin embargo, puede ser percibida directamente, y desde cierto punto de vista, de modo total. Es una trascendencia que pertenece a un orden distinto del humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros como una inmanencia sentida, corno una participación experimentada. Saber es
darse cuenta, siempre, de la realidad total en su diferenciación inmanente; darse cuenta de ello y, aun así,
permanecer en condiciones de sobrevivir como animal, de pensar y sentir como ser humano, de recurrir cuando convenga al razonamiento sistemático. Nuestra finalidad es descubrir que siempre hemos estado donde deberíamos estar. Por desdicha, nos hacemos muy
difícil esta tarea. Bajo un sistema de educación más realista y menos exclusivamente verbal que el nuestro, todo Ángel -en el sentido que Blake
le da a la palabra- tendría autorización para un banquete sabático, sería inducido y hasta, en caso necesario, obligado a hacer de cuando
en cuando, por medio de alguna Puerta Química en el Muro, un viaje al mundo de la experiencia trascendental.
Si esto le aterrara, sería una desdicha, sin duda, pero probablemente saludable. Si
le procurara una iluminación breve, pero sin tiempo, tanto mejor.
En cualquiera de los casos, el Ángel perdería algo de la confiada insolencia que brota del razonamiento
sistemático y de la conciencia de haber leído todos los libros.
Cerca ya del fin de su vida, Aquino experimentó la Contemplación Infusa. Después de
esto, se negó a trabajar de nuevo en su libro no terminado. Comparado con esto,
cuanto había leído, discutido y escrito -Aristóteles y las Sentencias, las
Cuestiones, las Proporciones, las majestuosas Summas- no era más que broza o paja. Para la
mayoría de los intelectuales, una huelga de brazos cruzados así
sería una equivocación y algo moralmente censurable. Pero el Doctor Angélico había
hecho más razonamiento sistemático que doce Ángeles ordinarios juntos y estaba
ya maduro para la muerte. Había conquistado el derecho, en esos últimos meses
de su mortalidad, a pasar de la broza o paja meramente simbólica al plan del Hecho real y sustancial. Para Ángeles de un orden menor y con mejores perspectivas de longevidad, conviene que haya un
retorno a la broza. Pero el hombre que regresa por la Puerta en el Muro
ya no será nunca el mismo que salió por ella. Será más instruido y menos engreído, estará
menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia
humildemente, pero, al mismo tiempo, equipado para comprender la
relación de las palabras con las cosas, del razonamiento
sistemático con el insondable Misterio que trata, por siempre
jamás, vanamente, de comprender. (*)
(*)
Fuente: Todas las citas pertenecen a Aldous Huxley, Las
puertas de la percepción, E.L.E. Ediciones, Barcelona,
1986.
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