TRES
MOMENTOS DE EL ELOGIO DE LA SOMBRA DE JUNICHIRO TANIZAKI
1.
El objeto, la belleza de lo ennegrecido.
Aquí
Tanizaki destaca la diferencia entre los objetos resplandecientes
de la cultura occidental, y el gusto por la acumulación
de la pátina en las cosass por la cultura china.
" ...la vista de un objeto brillante nos produce
cierto malestar. Los occidentales utilizan, incluso en la
mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen
hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza
todo lo que resplandece de esa manera. Nosotros también utilizamos
hervidores, copas, frascos de plata, pero no se nos ocurre
pulirlos como hacen ellos. Al contrario, nos gusta ver cómo
se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se
ennegrecen del todo. No hay casa donde no se haya regañado
a alguna sirvienta despistada por haber bruñido los utensilios
de plata, recubiertos de una valiosa patina.
Recientemente se ha extendido la costumbre de emplear estaño para
la cocina china y es muy probable que los chinos aprecien la propiedad
que tiene ese metal de adquirir pátina. Cuando está nuevo recuerda
al aluminio y la impresión que produce no tiene nada de agradable;
los chinos nunca lo habrían adoptado si no envejeciera bien y no
acabara por adquirir así cierta elegancia. Además, se pueden grabar
poemas que, con la superficie ennegrecida por el estaño, forman un
conjunto perfecto. En una palabra, en más de los chinos ese metal
ligero, vulgar y chillón se ha convertido en un material denso y
de buena ley, de reflejos profundos como una cerámica.
Los chinos también aprecian esa piedra llamada jade: ¿acaso
no es preciso ser extremo-oriental, como nosotros, para encontrar
atractivos esos bloques de piedra extrañamente turbios
que atesoran en lo mas recóndito de su masa unos fulgores
fugaces y perezosos, como si se hubiese coagulado en ellos
un aire varias veces centenario? ¿Qué es lo que nos atrae
en esa piedra que no tiene ni el colorido del rubí o de la
esmeralda ni el brillo del diamante? Lo ignoro, pero
ante esa turbia superficie, siento que esta piedra es específicamente
china, como si su cenagoso espesor estuviese formado de aluviones
depositados lentamente desde el pasado lejano de la civilización
china, y tengo que reconocer que no me sorprende la predilección
de los chinos por esos colores y sustancias" (*).
2.
El templo, la casa, la difusión de la luz y el efecto
de la sombra.
El
escritor japonés subraya aquí un modo tradicional
de construir templos y casas mediante la incorporación
del elemento estético-espiritual de la sombra. La sombra
no es lo opuesto de la luz sino el efecto de la progagación
difusa y tenue de lo luminoso.
"...Soy totalmente profano en materia de arquitectura
pero he oído que en las catedrales góticas de Occidente la
belleza residía en la altura de los tejados y en la audacia
de las aguijas que penetran en el cielo. Por el contrario,
en los monumentos religiosos de nuestro país, los edificios
quedan aplastados bajo las enormes tejas cimeras y sus estructuras
desparece por completo en la sombra profunda y vasta que proyectan
los aleros. Visto desde fuera, y esto no sólo es válido
para los templos sino también para los palacios y las residencias
del común de los mortales, lo que primero llama la atención
es el inmenso tejado, ya esté cubierto de tejas o de cañas,
y la densa sombra que reina bajo el alero.
Tan
densa, que a veces en pleno día, en las tinieblas cavernosas
que se extienden más allá del alero, apenas se distingue la
entrada, las puertas, los tabiques o los pilares. En la mayoría
de los edificios antiguos, y lo mismo sucede con las imponentes
construcciones como el Chion'in (1) o los Honganji (2),
así como con cualquier granja perdida en la profundidad
del campo, si se compara la parte inferior, debajo del alero,
con el tejado que la forma, se tiene la impresión,
al menos visual, de que la parte más maciza, las más
alta y externa es el tejado.
Por
eso, cuando iniciamos la construcción de nuestras residencias,
antes que nada desplegamos dicho tejado como un quitasol que
determina en el suelo un perímetro protegido del sol,
luego, en esa penumbra, disponemos la casa. Por supuesto,
una casa de Occidente no puede tampoco prescindir del tejado,
pero su principal objetivo consiste no tanto en obstaculizar
la luz solar como en proteger de la intemperie; se le construye
de manera que difunda la menor sombra posible y un simple
vistazo a su aspecto externo permite reconocer que se ha intentado
que el interior este expuesto a la luz del modo más
favorable. Si el tejado japonés es un quitasol, el
occidental no es más que un tocado. Como en una gorra,
los bordes están mermados que los rayos directos del
sol pueden dar en los muros hasta el nivel del tejado.
Si en la casa japonesa el alero del tejado sobresale tanto
es debido al clima, a los materiales de construcción
y a diferentes factores sin duda. A falta, por ejemplo de
ladrillos, cristal y cemento para proteger las paredes contra
las ráfagas laterales de lluvia, ha habido que proyectar
el tejado hacia delante de manera que el japonés, que
también hubiera preferido una viviendo clara a una
vivienda oscura, se ha visto obligado a hacer de la necesidad
virtud. Pero eso que generalmente se llama bello no es mas
que una sublimación de las realidades de la vida y
así fue como nuestros antepasados, obligados a residir,
lo que quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron
un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron
en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos.
En
realidad, la belleza de una habtiación japonesa, producida
únicamente por un juego sobre el grado de opacidad
de la sombra, no necesita ningún accesorio. Al occidental
que lo ve le soprende esa desnudez y cree estar tan solo ante
unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación
totalmente legítima desde su punto de vista, pero que
demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra.
Pero
nosotros, no contentos con ello, proyectamos un amplio alero
en el exterior de esas estancias donde los rayos de sol entran
ya con mucha dificultad, construimos una galería cubierta
para alejar aún más la luz solar. Y, por último,
en el interior de la habitación, los shoji no
dejan entrar más que un reflejo tamizado de la luz
que proyecta el jardín.
Ahora
bien, precisamente esa luz indirecta y difusa es el elemento
esencial de la belleza de nuestras residencias. Y para que
esta luz gastada, atenuada, precaria, pintamos a propósito
con colores neutros esas paredes enlucidas. Aunque se utilzan
pinturas brillantes para las cámaras de seguridad,
las cocinas o los pasillos, las paredes de las habitaciones
casi siempre se enlucen y muy pocas veces son brillantes.
Porque si brillaran se desvanecería todo el encanto
sutil y discreto de esa escasa luz.
A
nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior
y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las
paredes de color crepuscular y que conserva apenas un útlimo
resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared,
o más esa penumbra, vale por todos los adornos del
mundo y su visión no nos cansa jamás".
(*)
(1)
Monasterio de Kyoto, situado en las colinas al este de la
ciudad, sede de la secta de la "tierra pura", fundada
por el santo monje Honen (1133-1212). Precedida por una puerta
monumental de 25 m de altura (la más alta de Japón),
entre otras cosas contiene la famosa "sala de las mil
esteras" y la tumba del santo fundador.
(2)
Nombre de dos grandes monasterios de Kyoto, el Honganji del
este y el Honganji del oeste, sedes de dos ramas rivales de
la secta amidista llamada jodo-shinshu o "escuela
auténtica de la tierra pura".
3. El
toko no ma
En la casa tradicional japonesa existe un hueco donde se coloca
una pintura o un arreglo floral. La descomposición
allí de la luz en sombra posee una poderosa vitalidad
estética.
"...Tenemos, por último, en nuestra salas de estar,
ese hueco llamado toko no ma (1) que adornamos con
un cuadro o con un adorno floral; pero la función esencial
de dicho cuadro o de esas flores no es decorativas en sí
misma, pues más bien se trata de añadir a la sombra
una dimensión en el sentido de la profundida. En la
propia elección de la pintura que colocamos ahí,
lo primero que buscamos es su armonía con las paredes
del toko no ma, lo que llamamos un toko-utsuri.
Por el mismo motivo, concedemos a su montaje una importancia
similar a la del valor gráfico del caligrama o del
dibujo, porque un toko-utsuri no armónico quitaría
todo interés a la obra maestra mas indiscutible. En
cambio puede suceder que una caligrafía o una pintura
sin ningún valor en sí misma, colgada con el
toko no ma de un salón esté en perfecta
armonía con la habitación y que esta última
y la propia obra queden por ello revalorizadas.
¿Pero
en qué se, se preguntarán ustedes, consiste
esta armonía cuando se trata de una sombra que es en
sí misma insignificante? Reside habitualmente en el
aspecto antiguo del papel, el color de la tinta o las resquebrajaduras
del armazón. Se establece entonces un equilibrio entre
ese aspecto antiguo y la oscuridad del toko no ma o
de la propia habitación. Cuando visitamos los famosos
santuarios de Kyoto o de Nara, nos suelen mostrar, suspendida
en el toko no ma de una gran sala al fondo del todo,
algún cuadro que dicen ser el tesoro del monasterio,
pero es imposible distinguir el dibujo en ese hueco, generalmente
tenebroso incluso en pleno día; por lo tanto no nos
queda más remedio, mientras escuchamos las explicaciones
del guía, que intenta adivinar los trazos de una tinta
evanescente e imaginar que ahí sin duda, hay una obra
espléndida. A pesar de ello se sabe muy bien que existe
una armonía absoluta entre esa vieja pintura marchita
y el oscuro toko no ma, que en definitiva no importa que su
dibujo esté difuminado y que, por el contrario, esa
imprecisión es de lo más adecuada.
En
un caso como éste, el cuadro no es en suma más
que una superficie modestamente destinada a recoger una luz
débil e indecisa cuya función es absolutamente
la misma que la de una pared enlucida. Por eso, al elegir
una pintura damos tanta importnacia a la edad y a la pátina,
porque una pintura nueva, aun hecha con tinta diluida o con
colores pálidos, si no nos damos cuenta, puede descubir
la sombra del toko no ma.
Si comparamos una habitación japonesa con un dibujo
a tinta china, los shoji corresponderían a la
parte en donde la tinta está más diluida, y
el toko no ma al lugar en que está mas concentrada.
Cada vez que veo un toko no ma, esa obra maestra del
refinamiento, me maravilla comprobar hasta qué punto
los japoneses han sabido dilucidar los misterios de la sombra
y cuánto ingenio han sabido utilizar los juegos de
sombra y luz. Y todo eso sin buscar particularmente ningún
efecto determinado. En una palabra, sin más medios
que la simple madera y las paredes desnudas, se ha dispuesto
un espacio recoleto donde los rayos luminosos que consiguen
penetrar hasta allí, engendran aquí y allá,
recovecos vagamente oscuros. Sin embargo, al contemplar las
tinieblas ocultas tras la viga superior, en torno a un jarrón
de flores bajo un anaquel, y aun sabiendo que sólo
son sombras insignificantes, experimento el sentimiento de
que el aire en esos lugares encuentra una espesura de silencio,
que en esa oscuridad reina una serenidad eternamente inalterable.
En definitiva, cuando los occidentales hablan de los "misterios
de Oriente", es muy posible que con ello se refieran
a esa calma algo inquietante que genera la sombra cuando posee
esta cualidad.
Yo mismo, cuando era niño, si aventuraba una mirada al fondo
del toko no ma de un salón o de una "biblioteca"
adonde nunca llega la luz del sol, no podía evitar
una indefinible aprensión, un estremecimiento. Entonces,
¿dónde reside la clave del misterio? Pues bien, voy
a traicionar el secreto: mirando bien no es sino la magia
de la sombra; expulsad esa sombra producida por todos esos
recovecos y el toko no ma enseguida recuperará
su realidad trivial de espacio vacío y desnudo. Porque
ahí es donde nuestros antepasados han demostrado ser
geniales: a ese universo de sombras, que ha sido deliberadamente
creado delimitando un nuevo espacio rigurosamente vacío,
han sabido conferirle una cualidad estética superior
a la de cualquier fresco o decorado". (*)
(1)
Literalmente "habitación del lecho, alcoba".
Hueco practicado generalmente en la pared de la habitación
principal, perpendicular al jardín y que desempeña
un papel capital en la decoración de la casa japonesa
tradicional. Ahí es donde se cuelga un cuadro escogido
en función de la estación y se coloca algún
objeto artístico de bronce o de cerámica, o
algún adorno floral. El gusto de los dueños de la casa
se juzga por la armonía conseguida entre estos tres
elementos.
(*)
Fuente de todas las citas: Junichiro
Tanizaki, Elogio de la sombra, ed. Siruela (trad.
Julia Escobar).