Hiroshima Nagasaki

 

 

 HIROSHIMA Y NAGASAKI

El inicio de la amenaza continua

 

Imagen de Hiroshima luego de la explosión. Donde antes bullía la vida humana entre abigarradas viviendas, ahora sólo existe la devastación y la muerte. Abajo, en copete, un edificio que sobrevivió a la detonación y que es hoy un símbolo de la trágica jornada del 9 de agosto de 1945. 

 

Hiroshima. Galería de imágenes

Hiroshima, por Joanna Bourke

Nagasaki

 

  El cielo exuda una serena luz matinal. En las alturas, un negro pájaro de metal bate sus alas. Con un rápido movimiento su vientre se abre. Y arroja un ser tenebroso que cae y, antes de colisionar con el suelo, estalla. Un destello volcánico fulmina el aire. Una nube adquiere la forma de un hongo, y estira su cuello enceguecedor hasta los 15.000 metros de altura. Dentro de la nube-hongo, la temperatura oscila de los 1800 grados centígrados, en la superficie, hasta los 300.000 grados en el centro.

  En Hiroshima el 6 de agosto de 1945, víctima de la luz asesina de la bomba atómica, murieron 140.000 personas. Tres días después, en Nagasaki perecen, en un catastrófico instante, otras 74.000 personas. Muchos otros miles habrían de morir bajo los estragos de las heridas o la radiación en los siguientes días, meses o años.

 La bomba arrojada sobre Hiroshima por el "Enola Gay", un B-29, poseía tres metros de longitud y un peso de 3.600 kilogramos. Estalló a 580 metros de altura. La discusión nunca será cerrada definitivamente. ¿Fue necesario el uso de los fatídicos artefactos nucleares sobre las ciudades japonesas atestadas de civiles indefensos? Los bombardeos convencionales de la fuerza aérea norteamericana sobre Tokio, u otras urbes japonesas, eran demoledores. Se empleaban bombas incendiarias. Muchas casas de madera eran adecuado pasto para los dragones del fuego que, así, rápidamente trituraban miles de hogares y personas. Para algunos, el efecto devastador de los bombardeos convencionales habría obligado al Japón a su rendición en unos pocos meses. Pero se decía que la invasión terrestre sería la única forma efectiva para doblegar a un todavía orgulloso imperio del sol naciente. Las bajas norteamericanas en esa operación se estimaban entre 25.000 a 46.000 soldados. Pero hoy resultan más nítidas otras razones para el uso de la sanguinaria pirotecnia radioactiva. La explosión de las bombas atómicas era un mensaje para la Unión soviética, una señal para que los soviéticos advirtieran el creciente poderío militar norteamericano y para que pusieran un freno a sus posibles planes de expansión en Europa del este.

  En este momento de la Galerías históricas de Temakel, presentamos varias imágenes que recuerdan la masacre nuclear en Japón junto a un texto de la historiadora británica Joanna Bourkre, catedrática de historia del Burfkbeck College. En estas líneas se recrea, mediante testimonios de sobrevivientes y la reconstrucción de los hechos, la fatal matanza donde  un paradójico progreso tecnológico vomitó el espectro de la potencial capacidad de autodestrucción de la humanidad.

Esteban Ierardo

 

 

HIROSHIMA. Galería de imágenes

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IImágenes galería: 1: Paraje devastado luego de la explosión; 2: el fatídico hongo de la detonación nuclear en Hiroshima; 3: otra imagen de las ruinas en la ciudad destruida; atrás puede observarse un sobreviviente torii, emblemática construcción de la ancestral religión japonesa;  4: difundida fotografía que muestra a una mujer herida y a una niña, sobrevivientes de la destrucción; 5: niña postrada y desfigurada por el efecto del abrasador calor generado por la bomba; 6: siete años después de la tragedia, se desenterraron algunas tumbas con cientos de esqueletos de las víctimas. Con dolor y respeto, una grupo de mujeres ora frente a parte de los muertos de una de las máximas matanzas en la historia de la humanidad.

 

 

HIROSHIMA

POPor Joanna Bourke

   La guerra aún no había terminado. Alemania, Italia, Finlandia, Bulgaria, Rumania y Hungría, habían sido derrotadas, pero Japón y Tailandia seguían desafiantes. La desesperación de los soldados era ilustrada con humor negro en los periódicos. La campaña que siguió dio un nuevo significado a la expresión "guerra moderna". El terror nuclear marcaba un nuevo y aterrador cambio en el modo de hacer la guerra. Las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, sin embargo, fueron sólo la culminación de una terrorífica campaña aérea contra el pueblo japonés.

La campaña de bombardeos en Japón 

  Mientras la Unión Soviética expulsaba a Alemania de sus territorios orientales, y el Reino Unido y Estados Unidos hacían lo propio en los territorios que los alemanes habían ocupado en el oeste, el conflicto en el Lejano Oriente continuó con renovada intensidad. Al igual que en el Lejano Oriente, el dominio de aire fue crucial, y la venganza una poderosa motivación. El 10 de diciembre de 1941, una encuesta llevada a cabo por los americanos reveló que el 67 % de los estadounidenses estaba a favor de los bombardeos indiscriminados de las ciudades japonesas.

  El bombardeo generalizado de Japón empezó a finales de 1944. En julio de 1945, los aviones americanos habían lanzado más de 41.000 toneladas sobre las ciudades japonesas, sobre todo durante las sesenta y cinco incursiones sobre Tokio entre diciembre de 1944 y agosto de 1945, que produjeron 137.582 bajas. En la "Operación Meetinghouse", del 9 al 10 de marzo de 1945, casi trescientos B-29 bombardearon Tokio. Destruyeron el 20 % de las industrias bélicas de la ciudad y el 60 % del distrito comercial. Aproximadamente, murieron una 120.000 personas y 1.000.000 se vieron obligadas a huir al campo. Las tripulaciones americanas de los B-29 tenían que llevar máscara de oxígeno para no asfixiarse con el hedor de los cadáveres en llamas. Las temperaturas fueron tan elevadas que quienes se lanzaron al río Simida para huir de las llamas murieron hervidos. Otros murieron en los incendios causados por la lluvia de bombas. Como lo expresó un testigo presencial, murieron "como los peces que quedan boqueando en el fondo de un lago desecado". Las ciudades japonesas eran muy vulnerables a las bombas incendiarias porque los edificios estaban construidos con materiales muy inflamables, un factor que dio pie a un cruel comentario del Times; "Adecuadamente tratadas, las ciudades japonesas arderán como las hojas del otoño".

  A principio de agosto, más de sesenta ciudades japonesas habían sido intensamente bombardeadas y unos 600.000 personas muertas. El 64 % de las bombas lanzadas por las fuerzas aéreas americanas eran incendiarias. En los dos últimos meses de la guerra, diez millones de japoneses huían de las ciudades que los aliados eligieron como blancos. Sin embargo, el efecto no fue el que los aliados buscaban. En lugar de provocar un clamor para pedir la paz, el bombardeo de la población civil enardeció más a los japoneses. Fue algo parecido a lo que ocurrió en Europa. Entre los altos jefes militares aliados sólo Henry L. Stimson, ministro de la Guerra, expresó reservas morales, señalando que no quería que América "se ganase la reputación de superar a Hitler en atrocidades". 

La bomba atómica

 El 6 de agosto de 1945, a los 815 horas, el cielo estaba despejado. Acabada de sonar la alarma aárea cuando una bomba, bautizada con el nombre de "Little Boy", fue lanzada en paracaídas desde el bombardeo "Enola Gay", un B-29 ES. La bomba tenía tres metros de longitud y pesaba 3.600 kilogramos. Su carga de uranio de 235 tenía una potencia equivalente a 12, 5 kilotones de dinamita. Explotó a 580 metros de altura. Al deflagar, la temperatura de la bola de fuego (que alcanzó  cien metros de diámetro) de 1.8000 C en la superficie y de 300.00 C en el centro.

  El Infierno de Dante acaba de abatirse sobre Hiroshima. Yamaoka Michikio, una niña de 15 años que estaba a 800 metros del hipocentro de la bomba en Hiroshima, lo describió así:  

  Oí un leve ruido de motores de avión al acercarme al río...Y entonces ocurrió. No se oyó nada. Noté algo muy extraño. Muy intenso. Noté colores. No era calor. No se podía decir que fuese amarillo pero tampoco azul. En aquel momento pensé que yo sería la única en morir. Y me dije "Adiós, mamá". Dicen que soporte temperaturas de siete mil grados centígrados...Nadie de los estaba allí parecía un ser humano. Hasta aquel momento creía que eran bombas incendiarias lo que habían lanzado. Todo el mundo estaba estupefacto. Todos parecían haber perdido la facultad del habla. Nadie podía gritar de dolor aunque estuviesen envueltos en llamas. Nadie gritaba que se abrasaba. Mis ropas ardían y también mi piel. Toda hecha jirones. Me había hecho trenzas pero ahora mi pelo parecía la melena de un león. Había personas, que apenas respiraban, que intentaban volver a colocarse los intestinos que se les habían salido. Personas con las piernas arrancadas de cuajo. Decapitadas. O con la cara quemada e hinchada de tal manera que resultaban irreconocibles. Lo que yo vi fue un verdadero infierno.

  Muchos de los heridos que seguían en pies se habían quedado ciegos, con las pupilas, los iris y las corneas quemados. Vomitaban sangre y pus. Los brazos y las espaldas eran una pura llaga. Y lo más terrorífico era que tenían que ocuparse de los cuerpos abrasados de sus familiares, vecinos y compañeros de trabajo. No había precedentes para semejante acto de guerra, que rebasaba todos los límites de la capacidad destructiva de la tecnología conocida hasta entonces.

  La bomba mató a unas 140. personas en el acto. Esta cifra no incluye a quienes murieron días, meses o años después, ni tampoco a los "bebes-pica" (palabra japonesa que significa "flash"), que luego nacieron con malformaciones debido a la exposición del útero a la radiación. No todos los muertos fueron japoneses. Había prisioneros de guerra americanos en la ciudad en el momento de estallar la bomba. Los prisioneros de guerra que sobrevivieron a la explosión fueron linchados en las calles, inmediatamente después, por la multitud enfurecida que los apaleó hasta la muerte, mientras la policía militar lo observaba. También murieron decenas de miles de obreros coreanos, que trabajaban prácticamente como esclavos en la ciudad. Sus gritos de socorro fueron ignorados por los japoneses.

  Tras el lanzamientos de las bombas, el gobierno japonés aconsejó a la población que vistiese prendas de color blanco en lugar de oscura, dando a entender que esa sencilla medida los protegería en el caso de un nuevo ataque. Por lo demás, guardaron un extraño silencio acerca de la magnitud de la destrucción. Este silencio se mantuvo hasta 1952. Las fuerzas de ocupación americanas prohibieron los comentarios sobre los bombardeos, y ordenaron la destrucción de todas las fotografías. La información acerca de la devastación nuclear no hubiese predispuesto a Japón a abrazar la democracia y el liberalismo que las fuerzas de ocupación americanas ensalzaban.

  Irónicamente, el gobierno de Tokio se enteró de la tragedia de Hiroshima a través de Washington. En una nota de prensa dirigida a la población americana, alardeaba de haberse gastado dos mil millones de dólares en la  "mayor apuesta científica de la historia. Y la hemos ganado". La nota concluía con estas siniestras palabras: "Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda empresa productiva que Japón tenga en cualquier ciudad...Si no aceptan de inmediato nuestras condiciones, pueden esperar la lluvia más devastadora de la historia".

  Y mientras los líderes japoneses debatían la conveniencia de rendirse, y en qué condiciones, los americanos volvieron a actuar. El 9 de agosto de 1945, el B-29 "Bock's Car", lanzó la segunda bomba, de plutonio, sobre Nagasaki. William Laurence formaba parte de la tripulación de uno de los aviones de apoyo cuando Nagasaki fue bombardeaba. Al ver la explosión de la bomba, que los americanos bautizaron con el nombre de "Fat Man", pensó en la elemental belleza de la explosión en lugar de el sufrimiento que estaba causando. Lo expresó en estos términos: 

Atónitos, lo vimos (el fuego) como un meteorito que procediese de la tierra en lugar de llegar del espacio, convirtiéndose en algo cada vez más vivo al ascender hacia el cielo a través de las nubes blancas. Era algo vivo, como un ser de una nueva especie, que nacía ante nuestros ojos incrédulos...Luego... lo vimos brotar de un hongo gigantesco que se elevó hasta unos 15.000 metros. La parte superior del hongo, que parecía más viva que el talo, producía un siseo y un herbor en un enfurecido mar de espuma blanca..A media que el hongo flotaba en el azul, cambiaba de forma adoptando la de una flor de gigantescos pétalos, de cremosa textura blanca y rosado interior, que se curvaba hacia abajo. 

   Su lirismo ocultaba una verdad patética; la bomba mató a unas 74.000 personas y dejó un legado de daños causados por la radiación que duró décadas.

  Japón era un caos. El mismo día del ataque atómico a Nagasaki, la URSS ataca Manchuria desde Siberia, como prometió hacer en virtud de los acuerdos de Yalta en 1945, y le declaró la guerra a Japón. Cuando el Ejército Rojo atacó superaba a los japoneses en una proporción de dos a uno. Sin embargo, el ejercito soviético tuvo 12.000 muertos y 24.000 heridos. Su contribución ayudó a la derrota de Japón en Asia y el Pacífico. A cambio, Stalin obtuvo una "esfera de influencia" en Manchuria, Corea del Norte y las islas Kuriles, así como en el sur de la isla de Sajalin.

 Sin embargo, algunos líderes militares japoneses seguían "resistiendo". El consejo Supremo para la Dirección de la Guerra (conocido como el "Gran Seis") y el consejo de ministros japoneses estaban divididos. Al fin y al cabo, todos recordaban la Proclamación de Postdam, que había exigido "la redención incondicional de todas las fuerzas armadas japoneses", y subrayaba que:

deberá eliminar de manera definitiva la autoridad e influencia de aquellos que han engañado y desorientado al pueblo japonés, incitándolo a la aventura de conquistar el mundo...No nos proponemos que los japoneses sean esclavizados como raza ni destruidos como nación, pero toda la severidad de la justicia deberá recaer sobre todos los criminales de guerra.

   Éste no era el lenguaje adecuado para tranquilizar a los japoneses respecto de la supervivencia de su monarquía. Al final, fue el propio emperador quien intervino, urgiendo a la rendición. Al mediodía del 15 de agosto de 1945, las radios volvieron a oírse y, por primera vez, el emperador le habló directamente a su pueblo. Se dirigió a sus "buenos y leales súbditos" en estos términos:

Les declaramos la guerra a América y al Reino Unido por un sincero deseo de garantizar la supervivencia de Japón y la estabilidad del este asiático...Pero ahora llevamos cuatro años de guerra. Y, a pesar de los esfuerzos de todos, de la aguerrida lucha de nuestros ejércitos y fuerzas navales, de la diligencia y solicitud de los funcionarios del estado y del abnegado esfuerzo de nuestros cien millones de habitantes, la guerra no ha evolucionado a favor de Japón, y la tendencia general va en contra de nuestros intereses.

  Además, el enemigo ha empezado a utilizar una bomba nueva y sumamente cruel, con un poder de destrucción incalculable y que acaba con la vida de muchos inocentes. Si continuásemos la lucha, sólo conseguiríamos el arrasamiento y el colapso de la nación japonesa, y eso conduciría a la total extinción de la civilización humana.  

  Luego, le pidió a todos los japoneses que aceptasen las condiciones de la rendición. El ministro de la Guerra, Anami, que había sido el alto jefe militar más contrario a la rendición, accedió de inmediato y declaró que "como soldado japonés debo obedecer a mi emperador". Al día siguiente de la rendición se suicidó, haciéndose el tradicional harakuri.

  Japón se rindió el 14 de agosto. La ceremonia oficial de la rendición tuvo lugar el 2 de septiembre a bordo del destructor americano Missouri, y estuvo presidida por el general MacArthur, comandante supremo de las potencias aliadas.

  Las reacciones al lanzamiento de las bombas atómicas fueron diversas. Buena parte de la población de los países aliados sintió básicamente alivio y un cruel entusiasmo. En una de sus declaraciones radiofónicas, el presidente Truman alardeó diciendo que "los japoneses empezaron la guerra por aire en Pearl Harbor. Pues bien: hemos replicado con creces". Truman llegó a decir que la bomba fue un regalo de Dios, que los "hombres de bien" tenían el deber de utilizar prudentemente : "Damos gracias a Dios porque (la bomba) haya llegado a nuestras manos en lugar de a las de nuestros enemigos. Que Él nos guíe para utilizarla de acuerdo con SU Voluntad". De un modo menos grandilocuente, uno de los tripulantes que participó en el bombardeo de Nagasaki escribió lo siguiente en su diario: "Esos pobres japoneses se lo tenían merecido". Una encuesta de Fortune, realizada en diciembre de 1945, reveló que menos del 5 % de los americanos pensaban que la bomba no tenía que haberse lanzado. En diciembre de 1945, dos cantantes de country de Kentucky grabaron la primera canción acerca de la bomba, titulada "Cuando cayó la bomba atómica". La canción incluía un estribillo que calificaba la bomba de "justo" castigo del infierno, enviada para atormentar a los malvados japoneses:

  Humo y fuego en Tokio.

 Olía a azufre. Había polvo por todas partes.   

Cuando todo se despejo, allí yacían los crueles japoneses.

La respuesta a las oraciones de nuestros soldados.

 

   En el club de prensa brindaban con el "Coctel atómico" (Pernod y ginebra) pero no todo el mundo lo celebraba.

  Obviamente, en Japón hubo protestas. Como dijo una radio de Tokio: "Unas tácticas tan bestiales revelan lo delgada que es la capa de civilización de la que alardeaba el enemigo". Algunos americanos estuvieron de acuerdo. El general Dwight D. Eisenhower se preguntó "si realmente había sido necesario atacarlos con algo tan espantoso", y el periodista Edward R. Murrow comentó que "rara vez, o acaso nunca, ha terminado una guerra dejando a los vencedores con tal sensación de incertidumbre y de temor, conscientes de que el futuro es siniestro y de que la supervivencia no está garantizada". Incluso el neoyorquino Herald Tribune afirmó "que no era para congratularse pensar que una tripulación aérea americana haya provocado lo que sin duda es la mayor matanza en toda la historia de la humanidad", trazando un paralelo entre la bomba atómica y "las matanzas en masa de los nazis o de la Antigüedad".

 

(*) Fuente: Joanna Bourke, "Hiroshima", en La segunda guerra mundial. Un historia de las víctimas, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp.155-166.

 

 

NAGASAKI

 

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Arriba, el hongo de la explosión del 9 de agosto de 1945 sobre Hiroshima; abajo,. izquierda, ruinas de la ciudad de Nagasaki; derecha, sobreviviente de la explosión. Adviertan el dolor y desolación del hombre que mira a su alrededor,  y la niña recostada, a su lado, cuya mirada parece perderse entre los pantanos del horror.

 

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Estatua de dos niños 

en celebración de la paz en la ciudad de Nasaki